A la señora Felisa la llaman abuela todos –abuela Felisa-. Excepto sus nietos. Tiene tres, ya mayores, que muestra, en una fotografía desteñida, subidos sobre un poni claro con pintas oscuras. «Mis nenes», los llama.
Cada mañana la abuela Felisa desciende por la barbacana del vertedero y rebusca, con una vara de almendro, entre los detritus malolientes, disputándoles a las ratas los despojos que ocultan sus hediondas moradas. Pero ellas, tan viejas como la propia abuela, le dejan hacer con una benevolencia que parece vedada a los humanos parientes de la anciana. Se quedan quietas sobre los montículos de basura mientras ella recoge, con las manos desnudas, los objetos más estrafalarios que, una vez pulidos, se unirán a la colección de cachivaches insólitos que decoran -como ella dice- las habitaciones de su casa.
La abuela Felisa no es pobre. Tiene una holgada pensión domiciliada en la Caja de Ahorros que apenas mengua de un mes a otro. «Para los nenes», asegura satisfecha. Los nenes, que le sonríen desde esa lejanía congelada sobre papel fotográfico. Los nenes, que jamás descendieron del poni con pintas para llenar de jolgorio infantil el corazón y los destartalados aposentos de la abuela. Los nenes, a los que ella espera inútilmente mientras la vara de almendro y las ratas acompañan sus leves pasitos sobre las pirámides de desechos.
Cuántas abuelas como Felisa…
No con Diógenes «a cuestas», sino con «nenes» de esa calaña…
Un abrazo
Sí, Trini, demasiadas personas mayores abandonadas por aquellos que durante años tuvieron el cobijo del amor. Historias repetidas de hombres y mujeres que viven una vejez de desafectos.
Más abrazos.
Unos nietos muy buenos. Siempre quietecitos, sin moverse del sitio. Las ratitas ñlo son también y ni muerden a la anciana ¿Por qué no invita a su casa a alguno de esos animalitos? Al menos le darán más vida que sus amables pero aburridos nenes.
No te quepa duda, Tío Antonio, que esas ratas insalubres muestran más respeto por la vieja Felisa que esos por quienes ella, ingenuamente, suspira.
Un saludo.
Qué triste! Aunque no sea una historia aislada en la sociedad en la que vivimos, en la que los ancianos, aquellos que nos dieron todo, que nos dedicaron su vida entera, parece que estorben…
Creo que el bienestar de nuestros mayores debería ser algo prioritario porque sin ellos no seríamos nada, aunque sólo fuera por agradecimiento, y si a esto se le añade un poco de amor, sería perfecto.
Un abrazo
Así es, Luz. La ancianidad y la infancia son los dos extremos de la vida donde el amor ejerce un efecto más edificante.
Otro abrazo, compañera.
……y cada día que pasa prosperan ( de beneficios) más y más las residencias de mayores. A mí, particularmente, me gusta más la palabra asilo de ancianos que es lo que son, lugar dónde acogen y recogen a todos nuestros mayores, estorbo de hijos, estorbo de nietos.
Cerca de mi casa hay dos asilos-residencias y, cuando hace buen tiempo, los sacan con sillas a la calle. Allí sentaditos da pena verlos. Mirada triste, perdida… Desearía que todos tuvieran demencia senil, que ya no supieran quienes son, porque de lo contrario….¡ qué lástima ! La decrepitud nos asusta por eso la apartamos de nuestra vida, pero, si la salud nos lo permite, ahí llegaremos todos ¿harán lo mismo con nosotros?. Yo lo tengo asumido.
Un chiste malo que me contaron el otro día.
¿Cuál es la diferencia entre un matrimonio con hijos y otro que no los tiene?
Que al matrimonio con hijos los llevan a la residencia y que el matrimonio sin hijos va solo a la residencia.
Saludos
Prosperan -y proliferan- las residencias privadas, que las públicas son contadísimas y tienen el cartel de completo permanentemente.
Las personas mayores son libros vivos, cofres de experiencia y nexos extraordinarios con aquellos que ya no caminan la Senda de la Vida…
Saludos cordiales, Esperanza.