Feeds:
Entradas
Comentarios

Posts Tagged ‘Mariano Constante’

IMG-20230711-WA0008-1

«Luces en el camino»: Archivo personal


Tras una mención a Anduze, escuchada casualmente a unos forasteros en el bar del Salón Social, se activan los engranajes de la memoria de Marís y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio y aflora, desde la penumbra del tiempo, el nombre de Francisco (Paco) Larroy (1924-2021), residente hasta su fallecimiento en la citada localidad francesa. Fue, rememoran, el último superviviente de los treinta y dos heroicos guerrilleros españoles —diez de ellos aragoneses— de la 21ª Brigada que, comandados por Miguel Arcas, Cristino García y Gabriel Pérez, y con el apoyo de ocho partisanos franceses y dos pilotos de la RAF, protagonizaron, el 25 de agosto de 1944, cerca de Tornac, uno de los combates de la II Guerra Mundial tan decisivos como increíbles —no hubo ni una sola baja entre los republicanos y sí en las filas alemanas, además de heridos y prisioneros— que ha pasado a la historia como Batalla de la Madeleine.

El por entonces veinteañero Paco Larroy, su hermano Antonio y sus compañeros emboscaron, contuvieron, sitiaron y obligaron a capitular a entre 1000 y 1200 soldados de la Wehrmacht que viajaban en dirección al valle del Ródano bien pertrechados con 60 camiones, 5 blindados ligeros y tres cañones. Se trató de una gesta tan singular, dado el desequilibrio numérico y armamentístico entre las partes contendientes y su sorprendente desenlace, que cuando Konrad A. Nietzche  —el oficial alemán al mando que firmó la rendición—  conoció que el supuesto ‘ejército’ que los había mantenido en jaque lo formaban solo cuatro decenas de combatientes, en su mayoría de la AGE, optó por el suicidio.

Una estela conmemorativa, con su correspondiente leyenda, en el lugar de los hechos recuerda la proeza de estos guerrilleros, a los que el gobierno francés concedió la Cruz de Guerra con Estrella de Plata en 1947. En el caso del asturiano Cristino García —fusilado por los franquistas el 21 de febrero de 1946, pese a las protestas internacionales— y el aragonés Elías Piquer —muerto, con apenas diecinueve años, en un enfrentamiento con la Guardia Civil en Benasque (Huesca), el 13 de octubre de 1944— la recibieron a título póstumo. Otro de los guerrilleros, el también aragonés Martín Vidal, rechazó la condecoración.

En 2021, dos meses y medio antes de fallecer Francisco Larroy Masueras, el Estado Francés quiso homenajear a los republicanos españoles de la batalla de la Madeleine en la persona de quien, setenta y siete años después, se había convertido en el único guerrillero vivo de los treinta y dos intervinientes, otorgándole la medalla de la Orden de la Legión de Honor, una de las más altas distinciones de la República Francesa.



De Francisco (Paco) Larroy, nacido en la villa oscense de Sariñena y huido con su familia a Francia en los meses finales de la guerra (in)civil, combatiente contra el fascismo, participante en la batalla de la Madeleine y en las incursiones guerrilleras que, desde Francia, tenían como destino los valles españoles de Arán y Benasque, les habló por primera vez el luchador antifascista y escritor Mariano Constante (1920-2010), en una visita que Emil, Marís y la veterinaria le hicieron en Montpellier, la ciudad en la que vivía desde los tiempos del obligado exilio.

A Mariano, superviviente del pavoroso campo de trabajo y exterminio de Mauthausen, lo habían conocido, siendo estudiantes, en Huesca, a donde había acudido a dar una conferencia sobre el papel de los republicanos españoles en la II Guerra Mundial; finalizado el debate posterior, se acercaron a charlar con él y hablando del pueblo oscense del que era originario, descubrieron que existía un parentesco lejano entre el abuelo de Emil y la madre del señor Constante, propiciándose que se mantuviera cierto contacto a partir de entonces.

Y aunque mientras vivió, nunca quiso Mariano Constante trasladar su residencia a España, sí dejó dicho que, a su muerte, sus cenizas se esparcieran por la sierra de Guara, el lugar donde combatió como miliciano en la (in)civil guerra.





ADENDA

  • El fusilamiento en España de Cristino García Granda (1914-1946), que tenía el estatus de Héroe Nacional en Francia por sus innumerables intervenciones contra el invasor alemán —incluida la planificación de la estrategia en la batalla de la Madeleine—, reveló el verdadero rostro de quien, recién acabada la guerra europea, era presidente provisional de la República Francesa, Charles de Gaulle. Pese a las protestas que la Asamblea Francesa en pleno elevó a las autoridades españolas para evitar la aplicación de la última pena al guerrillero español, la máxima autoridad del gobierno francés ni siquiera tuvo el decoro de solicitar a Franco Bahamonde el indulto para el hombre que, a las órdenes del propio De Gaulle y los mandos aliados, había servido con fidelidad y firmeza la causa de la libertad. El declarado anticomunismo de De Gaulle pesó más que la suerte de aquel republicano —sí, comunista— que tanto se había significado en la defensa de la dignidad, la integridad y la democracia.
  • Con posterioridad a 1947, la historiografía francesa practicó un revisionismo chauvinista de la batalla de la Madeleine, minimizando, cuando no ocultando —como sucedería con otros hitos—, la abrumadora presencia española en su planificación, desarrollo y desenlace, convirtiendo a la Resistencia Francesa en la única artífice de la victoria. Tuvieron que pasar setenta años para que se enmendara un error nada casual y se reconociera públicamente a quienes fueron los protagonistas principales de la hazaña.

Read Full Post »

«A ras de suelo»: Archivo personal


Clareaba la aurora las calvas calizas de los conglomerados de aluviales y acariciaba la luz al guardián Pisón, señorial gigante durmiente, mientras los caminantes tomaban la ruta del este, por la senda viciada donde cientos de pisadas añejas condenaron a la vegetación a retirarse bordeando una estrecha franja terrosa y agrietada que se perdía ladera arriba, entre los bojedales. A lo lejos, peña Gratal, donde el amanecer fosforescente parecía haber prendido una indiscreta hoguera anaranjada a semejanza de aquellas otras que hace más de ochenta años encendían los republicanos huidos durante los primeros meses de guerra para indicar a las gentes de los pueblos vencidos de la sierra que «la llama de la esperanza era más poderosa que el rugido de las pistolas sanguinarias que dejaban un rastro de cadáveres jóvenes y viejos, maniatados, en campos, barrancos y cunetas«. Así, al menos, lo había relatado Mariano Constante en aquella charla extraordinaria que fue a dar en la Escueleta Vieja del Barrio —hará más de veinte años— y en la que el grupo que subía hace unas semanas, con el frescor del alba, por el angosto sendero, supo, por primera vez, por boca del viejo orador exiliado, de la existencia de Ambrosio Pargada.


Nació Ambrosio en el singularísimo pueblo de Riglos  donde reinan los mallos—  allá por 1909, apegado, desde niño, a una sierra que amaba y conocía como una prolongación de su propia casa. Solitario y poco dado a palabrerías, se dedicaba a cultivar las buenas hectáreas de tierra de la familia, a cuidar del ganado y a la caza, afición ésta que le costaría la pérdida del brazo derecho al explotar la escopeta que manejaba. Fue, desde entonces, el Manco de Riglos. Y así pasaría a la historia de la guerrilla.

De conocidas convicciones libertarias, colaboró, como la mayoría de los anarquistas de Huesca, en la Sublevación de Jaca de 1930. Cuando estalló la Guerra (In)civil, hizo creer a todos que había marchado a luchar con el ejército republicano mientras se ocultaba en la sierra y se dedicaba a guiar a fugitivos hasta las zonas que no habían conquistado los sublevados. Pero siempre regresaba, a escondidas, a Riglos, a su casa, burlando las patrullas falangistas y, en ocasiones, hasta enfrentándose a ellas con un arrojo que sus conocidos tildaban de locura.

Al alargarse la guerra se enroló en la Columna Roja y Negra y, finalizada la contienda, regresó a su pueblo. Fiel a sí mismo, siguió ayudando a quienes se adentraban en la sierra para, montaña a través, llegar a Francia. Pero fue detenido en 1944 y encerrado en la prisión de la vecina localidad de Ayerbe donde, conocedor de que iba a ser fusilado, protagonizó una increíble fuga rompiendo el enrejado de la ventana de su celda y ganando, de un salto, la calle. Marchó a la Sierra de Guara, su conocido y seguro refugio, y, aun manteniendo su independencia y soledad, colaboró con los Grupos de Acción Anarquista. Finalmente decidió pasar a Francia sufriendo, durante la durísima marcha, una caída por un barranco y fracturándose una pierna. Del respeto que se tenía, dentro del maquis, por el Manco de Riglos es suficiente prueba que, imposibilitado para seguir el viaje por su propio pie, fuera transportado hasta el vecino país en una camilla por seis guerrilleros que representaban a cada uno de los grupos con quienes había cooperado Ambrosio Pargada desde 1936.

En Francia, el Manco de Riglos fue atendido de sus heridas en la Colonia de Aymare [*], colectividad fundada por anarquistas españoles cerca de Le Vigan; allí residió hasta mediados de los años sesenta.

Ambrosio Pargada, el Manco de Riglos, falleció en el hospital psiquiátrico de Leynes (Francia) en junio de 1974.


Seis horas de marcha ininterrumpida, con el Sol otoñal refulgiendo en los claros, los rostros aguados y los pies, cada vez más grávidos, arrastrando todas las piedras de la pendiente. Deteníase el grupo de excursionistas en el carrascal, cerca del destartalado puente próximo a la carretera. En el obsoleto poste de luz, ligeramente inclinado, un viejo ejemplar oscuro de águila ratonera manteníase erguido, indolente, aparentemente ajeno a los intrusos que, sentados a la sombra de una encina, lo contemplaban mientras engullían, con indisimulada avidez, los bocadillos.






APÉNDICE

[*] La Colonia Aymare de Ancianos y Mutilados de la Revolución Española fue una propiedad formada por 120 hectáreas de terreno y un castillo en ruinas situada cerca de la población de Le Vigan (Francia), comprada en 1939 por la Sociedad Internacional Antifascista y el Movimiento Libertario Español para atender a refugiados españoles ancianos, mutilados de guerra y enfermos de todas las edades.

Con la ocupación alemana y el establecimiento del Gobierno de Vichy, en cuya área de influencia se encontraba Aymare, funcionó, también, como refugio para perseguidos de cualquier nacionalidad y, en 1948, pasó a ser una Colectividad Agrícola Anarquista basada en el autoabastecimiento y la autosuficiencia.

En 1967, tras veintiocho años de existencia, la Colectividad de Anarquistas Españoles de Aymare fue, finalmente, desmantelada y vendida. Sus actuales propietarios rehicieron el antiguo castillo que daba nombre a la propiedad y lo convirtieron en un resort de lujo.

Read Full Post »