«Jardín de José Beulas. Detalle»: Archivo personal
La corredora de fondo entreabre los ojos achicados por la fiebre; un acceso de tos, que sofoca con el rostro hundido en la almohada, le sacude el tronco. Una raya de luminosidad bajo la puerta cerrada de la habitación a oscuras la impulsa fuera de la cama. Tantea con los pies el suelo gélido en busca de las zapatillas, se pone de pie entre toses mal reprimidas y sale al vestíbulo llamando: “¡Abuelo, abuelo! ¿Estás bien?”. El abuelo, sudoroso y jadeante, aferrado a las jambas de la puerta de su dormitorio, con el pijama arrugado y los pies descalzos, responde susurrante: “No, no estoy bien. Llama al médico, al hospital…”
Cuando hace trece años la corredora de fondo se fue a vivir con el abuelo, este acababa de enviudar; era, todavía, un hombre relativamente joven, de carácter fuerte —actitud que lo había distanciado de sus hijas—, independiente, que acogió de buenas maneras a su joven compañera de piso —estudiante, entonces— en una convivencia, no exenta de afecto, que convenía a ambas partes: El abuelo burlaba la soledad forzosa y la nieta se encontraba con las necesidades básicas cubiertas. Aquella situación idílica de la corredora de fondo —que entraba, salía y tornaba sin otra obligación que avisar al abuelo en caso de no pernoctar en la casa— finalizó tres o cuatro años después, cuando se reagudizaron los problemas respiratorios del hombre y las llamadas al servicio de urgencias y las hospitalizaciones empezaron a formar parte de las rutinas de la casa. La vida de la corredora de fondo comenzó a girar al ritmo marcado por la salud del abuelo. Viajes suspendidos porque el abuelo no terminaba de recuperarse de una bronquitis. Competiciones anuladas porque el abuelo había sido ingresado en la UCI…
Al abuelo lo bajan en el ascensor, semidesplomado en una exigua silla de ruedas. La corredora de fondo, con los ojos vidriosos por la fiebre, desciende los cinco pisos aferrada a la barandilla, arrastrando el bolso de viaje con los útiles de aseo, algo de ropa interior, el batín y las zapatillas del abuelo. Sobre su hombro, una pequeña mochila conteniendo la documentación médica del hombre, un par de libros, el billetero, el cargador del móvil, el paracetamol y un puñado de caramelos de menta. “Llevas buen trancazo tú”, le dice un enfermero cuando la ambulancia se detiene en el Servicio de Urgencias del hospital.
La corredora de fondo se deja caer en uno de los escasos bancos no ocupados de la sala de espera. Llama por el móvil a su compañera y le advierte que no se encuentra bien y que tampoco hoy acudirá al entrenamiento. “No contéis conmigo mañana. Ni pasado. Estoy en el hospital con el abuelo”. Desecha avisar a su madre y a su tía. Cierra los ojos. Cuando cincuenta minutos después una enfermera va en su busca, la corredora de fondo duerme profundamente acurrucada en el banco y con la cabeza recostada en el bolso de viaje del abuelo.
Es un texto muy realista
Si cambio cuatro cosas lo he vivido, y lo he visto/oido comentado en las salas de espera,
ese «desecha llamar a su madre y su tía», es el puntazo final, que te deja sentá al lado, totalmente introducido en el texto.
(no me gusta la situación, pero me ha gustado el desarrollo literario)
Un saludo
Llega un momento que quien convive -y termina cuidando- con una persona mayor toma consciencia plena de su soledad; la familia ha huido de sus responsabilidades y cada miembro continúa con sus actividades sin sobresaltos.
Al final, el o la familiar que asume el cuidado, no sólo sacrifica facetas de su vida personal por la persona mayor sino, y aun en contra de su voluntad, para que el resto de la familia disfrute de vacaciones, fines de semanas, salidas, aficiones. Está absoutamente solo/sola.Y lo sabe.
Ya quisiera yo una fondista así de vez en cuando…
¡Yatedigo!
Las hay. Fondistas -o sin el menor apego por el deporte- de buenos sentimientos que terminan asumiendo en solitario lo que debería ser un honroso deber inexcusable para toda una familia: cuidar de sus ancianos y ancianas.
Desgraciadamente lo he vivido muy de cerca en dos ocasiones y no precisamente por voluntad propia, pero que se la va a hacer, así es la vida.
…pero sigue siendo injusto que una sola persona de la familia se vea obligada a asumir en solitario una responsabilidad que concierne a todos.
La madre de la corredora q pasa de su padre y de la hija en apuros a lo mejor piensa q llegará a vieja con la salud de una jovencita. Hay gente q no se ha enterao de cómo corren los años.
Salu2.
…y corren a una velocidad que nos supera… Pero hay quienes no son conscientes de que su actitud puede terminar pasándoles una dolorosa factura.