«La revolucionaria de la trenza holandesa»: Archivo personal
La cita con Lola Haas es en los jardines del Pavillon Carré de Baudoin, un edificio del siglo XVIII, de arquitectura palladiana “que fue morada de los Goncourt” —explica— y que contrasta —“Observen, observen las diferencias, mes enfants”, ordena, más que sugiere, Lola— con otro edificio anexo mayor y sin ornamentos jónicos que sirvió, primero, de orfanato regentado por las Hermanas de San Vicente de Paúl, convirtiéndose, posteriormente, en Casa de Socorro y en hogar para jóvenes desarraigados. En 2003 el ayuntamiento parisino compró toda la propiedad, la rehabilitó y la transformó en espacio cultural.
Todavía se mantiene, en el tímpano de la imponente puerta principal del edificio añadido en el siglo XIX, el lema «Laissez-venir à moi les petits enfants».
—Y ahora, en marcha, mes enfants.
“Si nos vuelve a llamar mes enfants, me largo”, se enfurruña Iliane. Lola Haas, profesora de Español, prima lejana de Agnès Hummel y tan voluntariosa como agobiante cicerone por el barrio de Ménilmontant, al noreste de París, enfila al grupo evitando la iglesia de Notre Dame de la Croix —“No hay tiempo para eso, mes enfants—¨; les hace descender por el boulevard y detenerse en cada callejón, ante cada grafiti y taller artesanal, en demencial caminata zigzagueante donde se entrecruzan lo pintoresco, lo anodino, lo cutre y lo chic.
“Maurice Chevalier también era de esta barriada. De ahí la plaza que se le dedica. Aunque… quizás sois demasiado jóvenes para saber quién es Maurice Chevalier, mes enfants… Pero nadie, nadie como la petite Môme… Ah, la Môme… No esperéis un museo al uso…”, parlotea entre pintadas, tabernas, bancos, bicicletas, tenderetes, bistrós, chirridos, martillazos, cláxones, voces y olores a comida, especias y orines, antes de llegar frente al apartamento-museo de Édith Piaf, la Môme, en la calle Étienne-Dolet, que ya han recorrido tres veces. “No se pueden hacer fotos”, advierte, mientras ses enfants curiosean entre fotografías, carteles, cartas, bibelots, trajes, zapatos y abalorios de la artista y se llena el apretado ambiente con su hermosísima voz cantando Sous le ciel de Paris…
No remite la cháchara bienintencionada de Lola Haas hasta que, ya en la mesa reservada para la cena en el pequeño bistrot Chatomat, van llegando los platos de apio asado en crema de parmesano y Lola se disculpa para ir al baño. “Qué mujer… Si más que profesora parece que sea oficial del ejército… ”, dice Iliane. “Del Ejército Rojo, por lo menos”, bromea Étienne. “O de Lutte Ouvrière… Es o era trotskista, como Agnès”, afirma la veterinaria. “Hum… Será la militante más veterana, entonces. ¿Cuántos años tendrá esta mujer…?”.
Reaparece Lola, con su trenza holandesa recompuesta y los cristalitos que decoran los puños de su blazer primaveral tintineando levemente.
Anochece en el otro París.
Mas que del ejército rojo, y ya que rondaban por el norte de París, acercándose a la sombra del Sagrado Corazón, podríamos decir que la tal Lola, de trenza holandesa, parecía un oficial de ejército prusiano… Quizá le faltara el bigote.
Por no repetirme, no reitero lo que me ha gustado leerle, especialmente para recorrer algunas calles de mi querido Paris.
Salud!
Bigote no usa -en realidad tiene un rostro muy agradable- pero carácter de ordeno y mando, a raudales.
Salud.
Me ha gustado la historia y te puedo asegurar que con Google Street View he seguido parte del recorrido, aunque sin casi darme cuenta me iba por otras calles, recordando la visita del año pasado. Luego, volvía al itinerario principal.
Pues fíjate que, cuando visitaste el cementerio de Père-Lachaise, estuviste a menos de quince minutos andando de esas calles de Ménilmontant que ahora has recorrido con Google Street View.
Aunque son útiles, odio las visitas guiadas, pues siempre se detienen en lo que no me interesa y pasan de largo por donde yo quiero pararme. Además, desconfio de los guías profesionales después de haberlos oído tantas veces en mi propia ciudad diciéndoles disparates a los turistas.
Pulular por libre tiene la ventaja de vivir la aventura de los propios descubrimientos, pero, en muchas ocasiones, dejarse guiar supone acceder con mayor celeridad a los lugares -sobre todo, cuando el Reloj es el rey-.
Además, a la guía siempre se le puede dar esquinazo, que es una acción que cada cual practica con excusas variadas y, la mayoría de las veces, efectivas.
París ¡bien vale una trenza!,
Un grato paseo por tus frases trenzadas,
También me dejo llevar por algún cabo de varas, y resulta muy útil para ahorrar tiempo y lograr ver más cosas.
Un saludo
Siempre se termina cediendo, aunque el cansancio asfixie; e incluso cuando remite el agotamiento, se termina por reconocer que, pese a todo, la experiencia ha sido positiva.
Me gusta esa manera de mostrar un París diferente al de los edificios emblemáticos siguiendo a la carrera la trenza de Lola por esas calles alejadas de la vorágine del centro.
Muy original, Una Mirada.
Buena semana y feliz día de San Jorge.
Bueno, pero París es París merced a sus lugares ya universales; luego está aquello que queda oculto bajo los pliegues de su vistosidad, que tiene otro encanto, otros aromas pero que sigue siendo París, aunque luzca de otra manera.
Feliz semana laboral corta 😀
No sé cómo me tomaría formar parte de su ejército, pero en cuestión de guías mejor contar con alguien que tenga las ideas claras y lleve al grupo cohesionado. Eso sí, a lugares interesantes, alejados de lo que yo llamo tiendas de alfombras (para turistas). Me gustaría también ver ese otro París, que el más turístico ya lo puedo visitar solo, sin ayuda de nadie. Ahh, mes enfants…
Es que lo genuino de cada lugar no está en el escaparate para consumo de forasteros sino en lo cotidiano.