«Tiempo de vivir, 1930»: Fotografía cedida
PROEMIO
Despierta el anciano de un sueño de segundos. Ladea la cabeza y sus ojos apagados se posan en el rostro ansioso que se inclina a depositar un beso, silencioso, tierno, en sus pómulos macilentos. “Hija…”, dice él. “Hija…”. Suspira, cierra los ojos, arrastra lentamente un brazo sobre la colcha, coge, tembloroso, la mano de ella y se deja llevar por el sopor de la morfina.
En el vestíbulo de la residencia se detiene ella a saludar a la vieja Esther, que charla con un hombre mayor no residente a quien presenta: “Es mi hermano Roentgen”. Esther y Roentgen Beltrán Bescós son hijos de L’Esquinazau y Teodora, la esposa represaliada que, junto a sus dos pequeños, sufrió prisión en el Seminario de Jaca, el fuerte Rapitán, el penal de Ondarreta y el Asilo de San José de San Sebastián, en una trashumancia carcelaria que duró hasta el 24 de junio de 1939.
“¿Está mejor tu padre?”, se interesa Esther. Ella hace un gesto indefinible y, excusándose, se dirige, los ojos acuosos, al aparcamiento.
I
Desciende el viento, ligeramente fresco, por el perfil mágico de Peña Oroel y le retira a ella del rostro las tristezas húmedas. “Este paisaje reconforta”, comenta alguien a su lado.
Desfilan por el tanatorio viento y pésames vigilados por la pétrea mole ornamentada de verdes.
II
Bajo diez siglos de historia, entre pilastras cilíndricas agrisadas, arcos cruciformes y la bóveda de media esfera, la cristiana despedida.
Concéntranse deudos y allegados junto al yacente, en respetuoso silencio que se rompe a la salida del templo, bajo el crismón real custodiado por dos leones. Abrazos, condolencias, roces, despedidas.
Mira ella, serena, las figuras detenidas junto a la forja del pórtico y se lleva la mano al corazón. “Gracias por estar ahí”, musita.
Inicia el coche fúnebre el camino a la necrópolis que guarda los restos de ausencias entre rosales, mármoles, laudes y parterres.
III
Zigzaguea el viento desde la cresta somital de Peña Oroel en silente toque de difuntos.
José-Luis (1925-2013). In memoriam.
Dentro de muy pocos días, hará 19 años que yo viví una liturgia parecida, pero con calor, mucho calor, y un sol despiadado sobre la piedra y los mármoles.
…y cuando esa liturgia del morir queda atrás, Senior citizen, empieza el autèntico duelo de los vivos, que han de convivir con la ausencia y retomar su camino o emprender otro nuevo.
No siempre «resistir es vencer» No siempre…
Hoy tu hermoso texto en prosa me ha dejado triste.
El paisaje puede que ayudara, pero ante una pena tan honda…
Un fuerte abrazo
Cuando alguien querido muere son tantos los recuerdos que regresan, tantas las vivencias… Y, en ocasiones, el paisaje forma parte del anteayer compartido.
Otro abrazo, Trini.
P.S.- Ciertamente la familia de L’Esquinazau resistió; lo pasaron mal, les dieron de lado, se les trató como gente apestada, pero se mantuvieron firmes y, precisamente por ello, vencieron.
Mas o menos todos pasamos por esas liturgias tan dolorosas sin darnos cuenta de que el verdadero dolor llega días después, cuando se nota en realidad la ausencia, una ausencia que ya no tiene vuelta atrás.
Así es, Leodegundia; cuando se retoma la vida cotidiana, empieza el duelo.
Todos en algún momento de nuestra vida pasamos por algún trance parecido, con distintos escenarios y de distintas maneras, y pese a ser ley de vida, cuando se nos va un familiar de momento no nos lo creemos y lo vamos asumiendo poco a poco.
…pero a los sentimientos les cuesta asumir el fin del ciclo biológico de las personas próximas. Después, la razón toma las riendas y llena de recuerdos las ausencias.
Jaca la tengo como proyecto, con la peña Oroel incluida.
Oye la fotografía cedida es de los hijos de l’Esquinazau??
Salu2.
La fotografía que ilustra el post ha sido cedida por la familia de José-Luis, el señor fallecido que se recuerda en el escrito. Es el niño de la foto que posa con sus padres y su hermanita.
Los hijos de L’Esquinazau son estos. Su relación con José-Luis viene porque Esther Beltrán vive en la misma residencia de mayores.