La señora Benita -hija, nieta, bisnieta y tataranieta de santeras y santera, a su vez- dormita a la sombra, tras la rústica barra del bar que las Tejedoras[1] administran en las piscinas de la Huerta Blanquiador. De vez en cuando entreabre los ojos y los fija en algún bañista que se sirve alguna bebida o un helado de la cámara frigorífica; quizás para comprobar que el cliente hace uso del taco de papel que hay en la barra, donde la clientela anota su nombre y el producto que ha cogido del bar.
La señora Benita viste de negro de otoño a primavera y de alivio en verano. El alivio de la señora Benita consiste en alternar dos hábitos de calle, uno en morado y otro en gris, de diseño propio, que le cose su amiga Carmencita, una modista de las de toda la vida que, pese al diminutivo del nombre, supera con creces los setenta años.
Entre los veraneantes de la urbanización, la señora Benita tiene fama de ida, con sus trajes monjiles, sus escapularios y, sobre todo, el dije de plata de forma ovalada que reposa sobre su pecho, en el que, afirma, guarda “una uñeta del Niño Jesús”.
Para quienes viven en el Barrio durante todo el año, en cambio, las peculiaridades de la señora Benita no levantan ningún comentario. “¿Loca…? ¿Benita…?”, se extrañan cuando alguna persona ajena a los aconteceres locales hace alguna consideración sobre los modos y maneras de la santera. Porque para quienes son hijas e hijos del Barrio la señora Benita es, sobre todo, Benita, la de Casa Colasa, donde está el Mueso.
La historia -o la leyenda- del Mueso no tiene fecha precisa. Sucedió, según cuentan, cuando en el pueblo de Nocito se tenía por costumbre sacar el cuerpo incorrupto de San Úrbez para bañarlo en la balsa como rogativa contra la sequía. Ocurrió que, en uno de aquellos baños rituales, el pastor de Casa Colasa, que había acudido por su devoción al santo, se inclinó sobre los restos de San Úrbez y le dio un mueso (=en aragonés, mordisco) en una rodilla, llevándose un pedacito de la misma sin que ninguno de los presentes se percatara. De regreso al Barrio, cuando comunicó al amo de Casa Colasa lo que había hecho, éste le ordenó que reculara a Nocito y dejara el Mueso donde reposaba el santo. Cuando el pastor quiso salir de la casa para cumplir el mandado, el Mueso saltó de su mano al suelo. Y así sucedió cada vez que hizo ademán de marcharse. El dueño de Casa Colasa, al observar el prodigio, comprendió que el Mueso había elegido su ubicación y mandó construir una arqueta tallada en boj, con remaches de plata, para contener el resto orgánico. La arqueta fue colocada en un hueco hecho ex profeso en una alcoba –A Saleta O Mueso, se la llamaba- donde se alojó también al pastor, que vivió con la familia hasta su muerte.
Durante muchos años, A Saleta O Mueso fue lugar de culto para quienes deseaban obtener buenas cosechas o terminar con las enfermedades que diezmaban el ganado. Y cuentan que el Mueso ejerció su benefactora influencia hasta que, en los primeros meses de la Guerra Civil, el cuerpo de San Úrbez fue quemado. A partir de entonces, aseguran, el Mueso no sólo dejó de tener propiedades milagreras sino que trocó el color anaranjado brillante que había sido su seña de identidad por otro grisáceo y apagado.
NOTA
[1] Nombre que reciben, en el Barrio, las componentes de la Asociación de Mujeres.
Las cenizas del santo alcanzaron, a pesar de la distancia, al mueso que se le llevaron.
¡Cómo me gustan estas historias tuyas!
Abrazos
Las leyendas y su aderezo mágico, Trini.
Besos.
Voy a valorarle doblemente la entrada por dar a conocer a un santo regional y abstenerse de las críticas ácidas a la religión.
No me tiente, Ángel. No me tiente… 🙂
Me ha gustado la historia y me ha recordado, -cómo no- mi primer helado comido en Bailo, venía en el autobús de línea desde Jaca, en una nevera sin refrigeración, de las que se llevan al campo, era llegar y en el bar estábamos todos esperando ese helado, que se derretía en las manos emparedado entre dos galletas.
…pero lo saboreariais con deleite. Imagino que, entonces, supondría todo un acontecimiento, Jubilado.