«En el azud»: Archivo personal
Se hunde la tierra, impregnada todavía de las humedades noctámbulas, bajo los pies desprotegidos que trepan por la leve inclinación del terraplén que apuntala el muro septentrional del azud, al otro lado de la pedrera del barranco donde una tupida maraña de ramajes conforman la falsa cueva que utilizan los murciélagos como reposadero diurno. Elévanse enredados barzales que se dejan caer, indolentes, sobre el agua quieta y parda que espera, gélida, en la penumbra impuesta por un Sol perezoso que remolonea sobre el tozal.
A la derecha, el sauce solitario y erguido marcando el recoveco que, junto a su tronco, abre la floresta al arrojado madrugador que se desliza, entre arañazos de zarzas, hacia el agua.
Se paraliza la sangre y se arquea el corazón con las primeras brazadas; lacera el agua los poros y baquetea los músculos mientras la voluntad impele el cuerpo entre el congelado fluido y huyen los insectos zapateros a la orilla. Cientos, miles de púas parecen aguijonear las células humanas en cada avance. Y, de repente, retoma la sangre el recorrido; el corazón, su cadencia; se hacen las brazadas menos agresivas y acuna el agua coloreada por el Sol el cuerpo desnudo y distendido.
En el azud, amanece.
Siento en mi piel el frío del agua, que me envuelve suavemente, siento mi cuerpo avanzando ágil en el azud y, al sumergir el rostro en cada brazada, puedo apreciar la transparencia del agua. Amanece… Y despierto horas después en el Paseo del Salón haciéndole fotos a coches antiguos, que no me interesan lo más mínimo.
Una vez superada la tiritona del sueño acuático ya está el cuerpo preparado para el resto del día, incluyendo el regreso a ese rincón granaíno copado por coches clásicos bien abrillantados entre los que curiosear.
Bueno, es que para bañarse en las aguas del Pirineo hace falta ser de la tierra o ser un valiente. Te dejan bien despierto. Tal y como lo has descrito hasta aquí llega el frío punzante, la ventaja que tienen es que en pocos lugares hallaras aguas tan limpias y cristalina a parte de un entorno magnífico.
Salud.
Es una sensación al principio dolorosa pero que termina siendo reparadora y balsámica una vez se concilian la temperatura del cuerpo y la del agua. Desde el agua el entorno tiene otra perspectiva.
Salud y buen comienzo del verano.
A pesar de los primeros malos momentos, debe de ser una delicia darse un baño a horas tempranas en esas aguas, ¡y lo espabilado que te quedas para todo el día!
Una vez superados el frío inicial y el impulso de salir, la experiencia es reparadora y, desde luego, espabila durante horas.
He disfrutado de esa frialdad, si mi memoria no me engaña, en el río Gállego. Y ciertamente recuerdo las aguas frías, aunque en mi caso fue un rápido «entra-sale». Eso si, difícil encontrar rincones más bellos para solazarse. Un abrazo.
Es una sensación difícil de describir, tanto al sumergirse como al salir del agua, cuando el cuerpo ya se ha aclimatado a la frialdad del líquido y toca abandonarlo para sentir en la piel el contraste del exterior. Aún es más tortuoso ese entra/sale que dices, en ese Gállego que, incluso al mediodía de una jornada ardiente, tiene el agua helada.
Otro abrazo.
Brrrr!!! con el agua helada no me atrevería a darme un baño.
Todo es cuestión de los gustos de cada cual.
Madre mía, lo he leído dos veces seguidas para disfrutarlo doblemente.
Cómo me ha gustado y qué identificada me he sentido. Yo también gusto de darme esos baños tempranos, cuando el día despunta y no ha salido el sol, ese placer en medio del silencio no tiene precio, el lugar es todo para ti en exclusiva, por un tiempo que no tiene precio. Quien lo disfruta, lo sabe.
Gracias!!
…y lo que entona sumergirse en el agua (la del azud helada a esas horas) y percibir tantas sensaciones traspasando la piel. Es una iyección de vida que desentumece el cerebro.