«Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado; lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza.»– Edvard Munch.
…y aúlla…
Cuando la longitud de las modernas grúas compite con la majestuosa alzada de las cumbres. Cuando la hondonada que oficiaba de cabañera se transforma en vertedero incontrolado. Cuando la fauna silvestre yace, cual fúnebres mojones inanimados, a lo largo de la carretera. Cuando una aberrante alfombra renegrida sustituye los bosques de coníferas. Cuando se le conquista orilla al anciano cauce de aguas apacibles. Cuando entre la especulación y el sentimiento bucólico no hay un equilibrio razonable.
…y se defiende.
Rugió el cierzo y lanzaron los cirros hirientes navajas acuosas. Tronaron los promontorios pétreos y rasgáronse sus costurones de hielo.
…y resiguió el líquido brutal las ancestrales huellas invadidas por el factor humano.


En estos días y con las riadas me he acordado de ti y del amor que tienes a tu tierra.
De fiereza o de belleza la naturaleza nos extasía o nos hace gritar. Pero así es ella, libre, y estaba antes que de que el primer ser humano osara respirar.
De una manera u otra la naturaleza en cada estación aparece en su esencia y lo ha venido haciendo desde que el mundo es mundo. Lo malo es que ahora lo queremos encasillar todo. Olas de calor, alertas naranjas,gotas frías…
La Naturaleza, tal cual desde los desde los orígenes, y nosotros, interponiéndonos. O más inútil aún, queriéndola domeñar…
Un abrazo
La Naturaleza es castigada y castigadora; su grandeza y sus recursos no pueden ser avasallados si no hay una previsión de las consecuencias. Modificar el paisaje, sí, pero calculando los factores de riesgo y arbitrando medidas para evitar catástrofes que nunca han de tenerse como improbables.
Otro abrazo.
Queremos dominar el mundo, para ello modificamos el cauce de los ríos, los canalizamos para que no molesten mucho, nos arrimamos a su lecho para estar más fresquitos, pero de vez en cuando la Naturaleza, se despereza y se sacude todo lo que la molesta.
Fíjate en la tragedia ocurrida en el camping de Biescas… Algo tan terrible que costó tantas vidas porque no se tuvo en cuenta que, de suceder una violenta avenida, sería precisamente por ese lugar por donde irrumpiria el agua.
En nuestra costa, se edifica en las ramblas hasta el punto de que en Motril hay calles que se llaman Rambla de los Catalanes, Rambla de Capuchinos, Rambla de esto o de aquello. ¿Y que ocurre? Pues que cuando hay una buena tormenta el agua corre por esas calles como si fueran ríos inundando casas y tiendas.
Precisamente hoy el Colegio de Geógrafos de Aragón ha sacado un comunicado en el que afirma que los daños por la crecida de estos días del río Ésera se han debido a la ocupación indiscriminada de los espacios fluviales, advirtiendo que ni la regulación de las aguas por medio de embalses ni los diques de contención suponen la mínima seguridad mientras no se deje de invadir zonas inundables. Y ya es bien triste tener que señalar lo obvio para cualquiera que tenga un mínimo de sentido común.
Se podría decir que la Naturaleza enfadada por el maltrato y los abusos que comete el ser humano contra ella, se subleva y protesta con toda la agresividad que puede y honradamente, sintiéndolo mucho por los grandes daños que ocasiona, creo que está en su derecho.
Así es. Y luego llegan las lamentaciones. Después, el olvido; y vuelta a empezar en muchos casos, como si la mala experiencia no hubiera servido para nada.
Hay catástrofes inevitables, por supuesto -la Naturaleza tiene sus propias leyes-, pero hay otras que se agrandan debido a la imprevisión, que no al desconocimiento.