«Posta de sol»: Aiguaclara
Una o dos veces al año, María Petra de [Casa] O Galán y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio acuden a la Chantrea a visitar a los padres y al hijo de Raquel y, en cada ocasión, Cata, la madre, les regala sendas garrafas de cinco litros de aceite de su Jaén natal, en un ritual que comenzó en junio de 2008, cuando, transcurridas unas semanas desde el entierro de Raquel, las dos amigas regresaron a Pamplona para interesarse por los familiares de la mujer fallecida en un absurdo accidente de tráfico a las afueras de Madrid, del que fueron testigos cuando volvían del último concierto de Los Muertos de Cristo, evento al que Raquel, a quien no conocían, también había asistido.
Aquella primera vez Cata les habló de la tercera de sus vástagos, tan cariñosa y familiar como inconformista social. Así la denominó la madre: Inconformista social. Raquel, madre soltera de un niño de once años, habría cumplido treinta y seis a mediados de julio; era licenciada en Historia y trabajaba, como contratada laboral, en el servicio de limpieza de un organismo del Gobierno de Navarra.
En el cuarto de estar de la casa de Cata, en una gran fotografía de brillante fondo nocturno —enmarcada en gruesos listones decorados con purpurina dorada— se ve a Raquel, muy sonriente, con la cabeza echada hacia atrás —los ojos, semiabiertos, mirando al cielo, tal vez buscando un rastro revolucionario en el crepúsculo— y las manos aferradas a las cadenas que sujetan el columpio desde donde su hijo, con idéntica sonrisa y los mismos ojos oscuros, parece contemplar la austeridad de la estancia en la que su abuela deja fluir los recuerdos con las dos garrafas de aceite junto a las piernas.
No es moco de pavo que te regalen 5 l de acelte… Las susodichas tampoco le habrán comentado como de pasada que de donde vienen se produce también aceite, ¿o estoy equivocado?
Hace años que no escuchaba a Lorenzo y su antigua banda y he aprovechado la vuelta por goear para recordar las viejas canciones.
Mala suerte la de esa chica y más teniendo un crío.
Salud y (por supuestísimo) anarquía.
Exquisito oro, el aceite de oliva, ya sea andaluz o del Somontano… Y esos cinco litros, dádivas salidas del corazón, donde la pena y la generosidad habitan junto a los recuerdos de una hija cuyo futuro quedó roto en el asfalto.
Salud.
No parece que Raquel tuviera mucha suerte en su corta vida.
Una vida corta, sí, pero no diría yo que envuelta en poca o mucha suerte. Vivió, dicen, como le gustaba, amó y fue amada.
La vida le duró demasiado poco.
Qué tragedia para una madre perder un hijo, una hija en este caso en la flor de la vida. No sé si se puede superar semejante tragedia por mucho tiempo que transcurra. Ha de generar un dolor tremendo en el espíritu.
Buena semana, amig@.
Terrible, sí. Difícil de afrontar. Desesperante. Y cuán complicado consolar a quien ha perdido a aquel o aquella a quien dio la vida.
Mis buernos deseos, también, para tu semana.
El resultado de un accidente de tráfico con fallecimiento deja unas heridas difíciles de asimilar, para los familiares y amigos y más como es en este caso al ser una mujer tan joven.
Es una circunstancia luctuosa que alcanza, desgraciadamente, a demasiadas familias.
si funciona aquí funciona allí,
Soy (Anarkasis) comprobando que 10 litros de aceite de Jaén cunden mucho en la alacena
Le queda bien el nickname…
mmm… Me suena tan cercano todo lo que cuenta en esta entrada… Viví en la Txantrea unos años, en Pamplona otros más y se de vidas parecidas a las que cuenta…Pero es que ser licenciada en Pamplona, revolucionaria y no del Opus, se paga, en el mejor de los casos, con eso que cuenta.
Salud!
Antes se decía que todas las algaradas que terminaban entre las murallas, Sarasate y plaza del Castillo se orquestaban en Chantrea…