A la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio la conocen, desde niña, como La Gitaneta, apelativo que, aun utilizado sin connotaciones peyorativas, enoja a la señorita Valvanera, la antigua maestra de la localidad, de la que la ahora veterinaria -integrante, por aquellos años, de una familia de gitanos temporeros de nacionalidad francesa que acampaban en la explanada próxima al barranco– fue alumna predilecta.
La señorita Valvanera todavía se debate entre la emoción y el enfado cuando recuerda el regreso al Barrio de su pupila, ya adulta, y la presentación que hizo de sí misma en la primera asamblea vecinal a la que asistió:
—Bueno… En realidad algunos de ustedes ya me conocen. Aunque… tal vez no me recuerden. Pasé muchas y muy buenas temporadas aquí. Soy… la mayor de los “ongaros”.
“La mayor de los ongaros”. Tal como se referían a ella cuando era niña. Con las mismas palabras. Remarcando aquel ongaros (=húngaros; gitanos, despectivo en aragonés) mientras -según relataba después la señorita Valvanera– miraba, retadora, a su alrededor.
Acaso los pensamientos de la vieja maestra se hayan remontado a ese pasado compartido mientras su antigua alumna abría, esta misma tarde, el debate que, sobre minorías étnicas, ha organizado la Asociación de Mujeres en la Sala Pepito de Blanquiador.
No me hubiera importado swer alumno de la señorita Valvanera o gato de la veterinaria.
Salu2.
Hubieras disfrutado con ambas, Sands. Seguro.
Tengo debilidad por la señorita Valvanera y no menos, porque siempre van cercanas, de la veterinaria que cuida de la salud de los gatos. No me extraña que mirase retadora, yo también lo habría hecho. No por rencor, sino por coraje, por no decir, íntimo orgullo.
Abrazos
Un sentimiento muy humano sentirse ufano de uno mismo/de una misma cuando, por diferentes circunstancias, se ha tenido que demostrar la propia valía en un entorno donde el tópico era casi, casi bandera hace algunos años.
Otro abrazo, Trini.
Es curioso que la veterinaria haya vuelto como profesional al sitio donde fue temporera. ¿Casual? Probablemente intencionado. Una satisfacción y algo así como un desquite.
Lleva varios años residiendo en ese entorno, con la misma familiaridad de quien ha nacido o se ha criado allí.
En este caso son húngaros, en otros creo recordar que rumanos. ¡Que casualidad! Ahora quizá pudiéramos interceder ya que desde hace 15 días está viviendo tres pisos por debajo del mío, la cónsul rumana en Zaragoza, por cierto no la conozco personalmente, pero si por fotos.
El vocablo ongaros -que sería la traducción de húngaros– se ha utilizado en Aragón, también, con el significado de «gitano sucio» -por ej.: «Tira a lavate que paizes una ongara«-, lo que no era el caso de aquellos temporeros.
No conozco a la cónsul rumana, Jubilado. En Rumanía, por lo general, pervive una gitanofobia histórica, pese al esfuerzo de muchos políticos de etnia gitana de ese país -que los hay, incluso en la UE- para promover el entendimiento.
En Granada siempre ha habido una importante población gitana que vivía un poco aparte y algunas veces de la mendicidad, pero desde hace años y gracias a la labor que se ha hecho en ciertos barrios para escolarizar a los niños, están bastante integrados, sin perder sus características como pueblo. Ya hay numerosos universitarios y no hace mucho murió un profesor y escritor muy valioso y querido en la Universidad, José Heredia Maya. Lo cual no quita para que todavía quede un gran número que está ahora sufriendo la crisis con más intensidad, quizá, que otros colectivos.
Cuando un grupo étnico ha sido estigmatizado durante siglos -la Ley de Vagos y maleantes estuvo vigente hasta 1978-, volver la mirada a la sociedad que te ha etiquetado negativamente no es tarea sencilla. Como las actitudes no son genéticas sino sociales y educacionales, se va tendiendo a la normalización.
Parece mentira cómo persisten en el tiempo ciertas términos y frases con connotaciones peyorativas aún en esta época en la que en nuestro país existen multitud de razas, nacionalidades, origenes… Y no sólo perduran sino que se han generado otros términos no menos peyorativos y aceptados por muchos (cortos mentales y más cortos humanamente, hablando) para establecer diferencias.
A mí también me encantan esos personajes, ya familiares, para quienes te leemos.
Besos
Ocurre también, Luz, que la mayoría de las personas que así se expresan no lo hacen pretendiendo ofender sino por costumbre lingüística. A veces, se obvia que determinadas palabras ejercen de estiletes.
Más besicos.