«Fogar»: Archivo personal
Las llamas se ensoberbecen entonando un siseo mutado en alaridos intermitentes que reverberan en la hornacina de piedra volcánica que las constriñe.
Oscilan y se retuercen entre las fauces desdentadas del fogaril que las aloja y custodia.
Braman y se rebelan; se enfurecen y expanden. Bailotean convulsas sin chamán que las amanse ni las refrene ni guíe.
Después, vencidas y extenuadas, van feneciendo, hambrientas de leña, entre aflictivos susurros para extinguirse, al fin, aún contristadas, dejando su impronta lustrosa en la carne que yace sentenciada entre brasas.
¡Que poética narración sobre la grandiosidad efímera del fuego controlado!
Hacía años que no utilizaba la palabra fogaril.
El fuego controlado es un elemento atrayente porque, incluso, manejándolo con pericia,se muestra rebelde, desbocado e impredecible.
La palabra fogaril, que también recoge el DRAE, es un vocablo muy nuestro, ¿verdad?, que nos transporta a esos entrañables momentos familiares junto a la chimenea.
El fuego controlado tiene algo que nos relaja e hipnotiza. Al menos a mi me pasa.
El crepitar, el baile de sus llamas, es todo una algarabía.
Y si mientras lo admiro, escucho estas palabras tuyas de acompañamiento, la sensación es plena.
Qué maravilla de vocabulario y capacidad de expresión.
Es el fuego; pese a su aparente fiereza, enternece.
Qué bonitas letras, Mirada. Has hecho que viera esas llamas subir por esa chimenea y bajar para terminar siendo brasas.
Un abrazo y feliz fin de semana.
Otro abrazo para ti y mis mejores deseos para los días venideros.
El fuego hace que me quede ensimismado. Más aún si trae la promesa de una buena carne.
Todo se aúna para vivir momentos gratos.