«Parque Miguel Servet: El quiosco en otoño»: Archivo personal
Cuando el caminante se detiene en lo alto de la pendiente suenan en los auriculares prendidos a sus orejas las voces conjuntadas de David Bowie y Freddie Mercury —…Pressure pushing down on me…— e inicia un descenso suave, con las deportivas rozando levemente el conocido empedrado y los ojos fijos en la abertura final de la costanilla, allí donde, muchos siglos atrás, estuvo una de las puertas —de las nueve, diez…o más, que no hay acuerdo entre los estudiosos— de la muralla, la que se conoció como Puerta Nueva, desaparecida definitivamente en el siglo XVIII, cuando se construyó, en sobrio ladrillo, la iglesia de San Vicente el Real, tras la demolición del templo románico que, en el siglo XIII y con el nombre de San Vicente el Bajo[*], se había levantado en el lugar donde se cree nació el hijo de Enola y Eutiquio, conocido como Vicente de Huesca o San Vicente Mártir, patrón pequeño de la ciudad y en cuya festividad, el 22 de enero, se prende una gran hoguera y se reparten patatas asadas.
La Compañía, que así es como se conoce popularmente en Huesca a la iglesia de San Vicente el Real, por haber pertenecido a los jesuitas a partir del siglo XVII, brinda su monumental mole —de fachada de ladrillo caravista, con una estatua de piedra del santo en una hornacina situada sobre el portalón de acceso— a la antigua vía romana que atraviesa, a los pies del Casco Histórico, la ciudad. El Coso, que así se llama tal vía, hoy en día peatonal, ha sido, a lo largo de la historia, la gran calle central de la urbe, dividida en dos tramos: El Coso Alto y el Coso Bajo, llamados Cosos de Galán y García Hernández, durante la II República, en recuerdo a los capitanes rebelados contra la monarquía, fusilados en las inmediaciones de Huesca y cuyas tumbas en el cementerio de la localidad siguen siendo muy visitadas.
Supera el caminante el desnivel de la costanilla de Lastanosa y dobla la esquina del templo deteniéndose para contemplar los edificios que apuntan, desde el otro lado de la estrecha calle peatonal, a la vieja iglesia jesuita. Allí enfrente, encarada a San Vicente el Real, estuvo situada la casa-palacio de los Lastanosa, con el más fantástico de los jardines de la época, que llegó a fascinar al mismísimo Felipe IV. Creado bajo los auspicios y la refinada imaginación de Vicencio Juan de Lastanosa, insigne erudito del siglo XVII, mecenas, político, escritor, alquimista, obsesivo jardinero y amante del exotismo; minucioso coleccionista, su biblioteca de más de siete mil volúmenes fue reverenciada por Quevedo, Baltasar Gracián y otros ilustres de la época, que recorrieron las armoniosas estancias del palacete recreándose en los preciados objetos cuidadosamente expuestos en ellas: antigüedades, armas, instrumentos científicos, artilugios, pinturas, esculturas, tapices, monedas, mapas, fósiles… Pero, sobre todo, esos increíbles y portentosos jardines en los que a la abundante vegetación, traída de todo el orbe, se sumaba un completo zoológico (cebras, tigres y otros mamíferos exóticos, avestruces, aves canoras…), un espectacular laberinto esmeradamente geometrizado, caminos de rosaledas y tulipanes, templetes marmolados y zonas acuáticas que incluían fuentes ornamentadas con elementos mitológicos, un embarcadero y un soberbio estanque.
De todos esos prodigios nacidos de la avidez de conocimiento y la vasta fortuna de Vicencio Juan de Lastanosa, nada queda. Su legado se dispersó con su muerte; la casa-palacio fue desmantelada en el siglo XIX y de aquellos originales jardines sólo resta el terreno que, siglos después, conformaría parte del actual Parque Miguel Servet.
Suspira el caminante. Desaparece de su visión interior el suntuoso edificio cuya descripción, a fuerza de leer tantas veces, es capaz de reconstruir en sus figuraciones y encamina sus pasos hacia los veladores del bar abierto junto a la farmacia que guarda, por ubicación, algo de esa esencia Lastanosa que ha ocupado sus pensamientos durante unos minutos. Frente al caminante, relajado ante su café, vela el edificio consagrado a Vicente de Huesca.
NOTA
[*] En contraposición a la iglesia de San Vicente el Alto, ya desaparecida, que se construyó en el entorno de la Catedral, en el mismo lugar donde en la época de la Wasqa musulmana se ubicaba la mezquita de Ibn Atalib.
Suspira el caminante y suspiro yo, que ya paladeaba con gusto esas calles y esos edificios llenos de historia y de extraños artefactos. No se puede preservar lo que no se ama, y no se valora lo que no se conoce.
El desmantelamiento de la casa-palacio de los Lastanosa fue un error inconmensurable porque las descripciones que han llegado de ese edificio dan una idea de lo único y singular que era. Y qué decir del contenido, desperdigado en diferentes colecciones privadas de toda Europa. Una pena.
Tu artículo me ha recordado un alcalde en Bruselas, Charles Buls, que se enfrentó al rey Leopoldo II oponiéndose a los afanes urbanísticos en los que trataba de derribar los mejores edificios históricos del centro de la ciudad. Y gracias al alcalde, hoy se puede ver la Gran Place en todo su esplendor.
Tiene un merecido conjunto escultórico en Bruselas.
Es una pena que en España o se derriben o se dejen caer sin ningún tipo de restauración, determinados edificios históricos que merecerían ser conservados.
En el siglo XVII había en la ciudad altoaragonesa un dicho que rezaba: «Quien va a Huesca y no ve casa de Lastanosa, no ve cosa». Al parecer, quienes debían ser los depositarios de las maravillas lastanosinas lo olvidaron. En la misma calle desmantalaron piedra a piedra -en la década de los sesenta del siglo XX- otra edificación histórica: La casa de Carderera; era éste un casal suntuoso, una joya arquitectónica que mucha gente todavía recuerda. Las piedras, en montones numerados, estuvieron años y más años en un solar hasta que desaparecieron y jamás se volvió a saber de ellas.
Que pena… ¿No queda ningún documento gráfico de esa casa o de lo que contenía? Podría haber sido algo así como la colección Lázaro Galdiano de Madrid.
Sobre Lastanosa hay muchas fuentes documentales, la mayoría del propio círculo de tertulianos con los que se relacionaba. La mejor fuente en cuanto a cómo eran el palacio, los jardines y las colecciones son de un cronista coetáneao suyo, aunque el volumen original donde da cuenta de ello se localiza en Nueva York, en la Sociedad Hispánica de América; otro, se supone que copia, en la Biblioteca Nacional y una copia más en Huesca. En ese libro, además de descripciones, hay planos de la casa y los jardines, dibujos de las estancias… Muy, muy completo.
Me ha encantado el paseo por una calle que conozco. No he ido por esa costanilla pero la he visto desde el Coso y sí he estado en el interior de la Compañía, sin embargo desconocía que se llamaba iglesia de San Vicente el Real, ni sabía del erudito Lastanosa ni de la casa y los jardines que cuentas. Mira cuánto he aprendido contigo. Cuando pase por el parque de Huesca me acordaré de esos jardines del siglo XVII.
Gracias por todo lo que muestras, Mirada. Feliz fin de semana.
Pues ya ves que el recorrido tiene pocos pasos desde lo alto de la costanilla, cuyo lateral ya es la pared eclesiástica. Es natural que no hubieras oído hablar de San Vicente el Real; conozco a escasas personas que se refieran a la iglesia con distinto nombre al de la Compañía. En cuanto a Lastanosa -que en Huesca sí es muy apreciado- sólo las descripciones del cronista Ustarroz dan una idea de esa casa palacio -que tenía, cuenta el cronista, una estatua de Hércules en el tejado sujetando una bola del mundo- y de sus maravillosos jardines.
Gracias a ti, por leerme.
Buen finde.
Esa iglesia que mencionas, ¿sigue perteneciendo a los jesuitas?
Precisamente ahora, en julio, se marchan los cuatro jesuitas que quedan en la ciudad, entregando la iglesia de San Vicente el Real a la diócesis oscense. La Compañía de Jesús ha estado por estos lares unos cuatrocientos años, quitando el tiempo que fueron expulsados de España por Carlos III -en Huesca estuvieron ausentes 111 años- y el período de la II República -de 1931 a 1939-.
Que pena… Pues los jesuitas siempre aportan mucho donde están. El problema es el mismo de todas las órdenes y congregaciones: la falta de vocaciones. Aquí se mantienen por la Facultad, que ahora va a ser parte de la Universidad Loyola de Sevilla.
Bueno, digamos que los jesuitas han tocado todos los instrumentos, desde el fascismo vergonzante a la Teología de la Liberación; unas veces al ladito del Poder y, otras, como Ellacuria, Sobrino y tanto otros, comprometidos con la sociedad más necesitada de todo tipo de amparo.
Cuanta historia de conquistas, reconstrucciones, jesuitas echados (casi como en todas partes del mundo), tienen por allá. Pueden ir bien atrás en la historia y seguir encontrando huellas en sus ciudades, costumbres, raíces…
Abrazo!
En España -y en tantos otros territorios- das una patadita en el suelo y emerge un pasado de variados pobladores… Íberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, árabes… Y hasta cuna de los jesuítas, que tanto llevan pululando a un lado y otro del Atlántico, y que ya han alcanzado, con el jesuita argentino Bergoglio, el gobierno católico mundial.
Otro abrazo.