«Agustín del Correo, 1944»: Foto cedida
A finales de julio estuvo de visita en el Barrio el nieto de doña Maravillas, maestra que ejerció en el pueblo en el primer lustro de los años cuarenta.
No imaginaba el buen hombre qué se le avecinaba cuando, recién instalado con su mujer en la Casa de Turismo Rural, le confesó a Conchita, la encargada del establecimiento, que habían decidido pasar un fin de semana en la localidad porque su abuela, Maravillas, había sido maestra allí en la posguerra. A Conchita le faltó tiempo para comentarlo en el bar del Salón Social, donde suele jugar al guiñote el único hermano vivo de los Perreques, antiguos alumnos de doña Maravillas. El menor de los Perreques —81 años muy trabajados— que, junto con su hermano mayor y Agustín del Correo, ya fallecidos, habían sido el azote infantil de la profesora, se puso enseguida a disposición del nieto, avisó a tres o cuatro alumnos y alumnas más de doña Maravillas y a las imprescindibles Tejedoras[1] y, en menos de dos horas, ya se había planificado un homenaje póstumo a la maestra en la persona de Jesús, su nieto.
Al día siguiente por la mañana, la Charangueta Fara rondó a los foráneos mientras desayunaban, con parte del ya escaso alumnado de doña Maravillas, en el bar del Salón Social, antes de visitar el Museo de la Escueleta Vieja donde, hasta 1972, se ubicó el recinto escolar.
Jesús y María Luisa, su mujer, pudieron ojear algunos de los cuadernos, cosidos con cintas y bien conservados, de los años de doña Maravillas en la escuela, así como admirar el restaurado mobiliario escolar de la época y la puntillosa recreación de las dos aulas, la leñera, la letrina, el gimnasio y el despachico. Lo que más asombró a Jesús fue una repisa del despachico con una vara de almendro y un rótulo indicando A BARETA[2] DE DOÑA MARAVILLAS. Relató el pequeño de los Perreques que, dado que tanto él como su hermano y su amigo Agustín del Correo no dejaban de hacer trastadas, el Perreque padre le entregó a la maestra una vara “para que nos diera una buena badejada[3] cuando fuera preciso”, aunque, al parecer, la maestra jamás la utilizó y a bareta terminó ardiendo en la estufa. Cuando, a principios de los ochenta, se creó el museo, alguien recordó la vara de almendro y se colocó, rotulada, una nueva en la repisa donde, durante una temporada, estuvo la original.
El último día de estancia de Jesús y María Luisa en el Barrio, las Tejedoras ofrecieron un almuerzo homenaje a la pareja y a las alumnas y alumnos de doña Maravillas que todavía quedaban en el pueblo; el Perreque menor, en nombre de todos, les entregó una fotografía en blanco y negro de la Escueleta Vieja con una dedicatoria en el reverso firmada por el alumnado vivo de doña Maravillas y un almidonado mantel tú y yo, con sus dos servilletas, cedido por la señora Engracia, de 83 años, que bordó cuando era niña bajo la supervisión de la abuela de Jesús.
NOTAS
[1] Nombre que se da, en el Barrio, a las miembros de la Asociación de Mujeres.
[2] En aragonés, vara pequeña.
[3] Id, paliza.
Este artículo ha sido capaz de aflorar en mi, una pequeña anécdota que tenía escamoteada en mis recuerdos.
Hace muchos años, pero muchos, durante un par de días estuve como alumno en la escuela de Bailo, tendría yo, 3 ó 4 años, fue en el fallecimiento de la única abuela a la que conocí y que no recuerdo,
Ademas de darme la bienvenida, la señorita que ejercía como maestra y sentarme en la primera fila del aula, el resto de alumnos al acabar la clase vinieron a preguntarme cosas que ya no recuerdo.
Imagino que mis padres estarían en el entierro y en el funeral, a día de hoy no tengo a quien consultar.
Los recuerdos afloran, aunque se hallen deshilachados, cuando menos se espera. Una palabra, una imagen, un olor…y brotan desde el enterrado cofre de la memoria.
Lo siento, estaba comentando desde un ordenador ajeno, por lo que no me reconoció, el anterior comentario es de mi cosecha.
Te había reconocido porque la alusión a Bailo sólo podía ser tuya.
Bonita historia con sabor añejo.
Las maestras, y más en aquella época, eran mucho más que la señora que te enseñaba lecciones en clase.
Tu relato me transportó a una época que no viví pero que me es fácil sentila tal y como relatas. Mis tías también fueron maestras de pueblo, aunque casi dos décadas más tarde y las historias que me contaban no se diferenciaban mucho de ésta.
Cuánto cariño le tenía el pueblo a las maestras. Hoy en día siempre recordadas.
Claro que la pareja de tu relato que fue a veranear seguro que querrían unas vacaciones más tranquilas de las que se presentaron 🙂
Muy buen relato, te felicito.
Un abrazo.
Piensa también que en esa época las circunstancias estaban enrarecidas; algunas de las criaturas mencionadas en el post tenían a su padre, a su madre o a ambos encarcelados; el ambiente, en general, era gris y poco favorable para la infancia que, en la mayoría de los casos, no sólo tenía ocupaciones antes y después de la entrada y la salida de la escuela, sino que, a los once o doce años, con los conocimientos incompletos, se les ponía a trabajar… Quizás, en esos años donde la escuela tenía también carácter represor, el hecho de que estas personas mayores recuerden con alegría a una maestra, muestra que la misma ejerció un influjo tonificante en medio de esas adversidades con las que se vieron obligados a convivir.
¡Menuda pinta tiene el zagal!
Con los ojos vivos de comerse el mundo y el almuerzo si te descuidas,
Rapao, al cero, con el abrigo hasta las cejas, de su hermano mayor, o de su padre, arreglao a la «recicling-moda», rejuas,
y de fondo un mapaespaña AUTÉNTICO
juas y rejuas.
Dura pero a la vez preciosa imagen.
Una buena apreciación, sí señora. Añadir que, cuando fue un señor mayor, seguía teniendo esos ojos azules vivísimos; que su sentido del humor era impagable y que narraba unas historias tan bien contadas que niños y mayores nos embelesábamos con sus palabras.
Nunca es tarde para homenajear a los maestros. Ellos nos formaron y les debemos lo mejor de nosotros mismos. Debe haber pocas cosas más gratificante que ver el resultado de tan duro trabajo.
…y lo peor para los buenos y buenas enseñantes es que pasan del homenaje al vilipendio público en una respiración. Fueron uno de los colectivos profesionales más represaliados en la guerra y la posguerra; la dictadura los convirtió, después, en cuasi omnipotentes y la democracia los transformó en meras dianas para recibir todos los dardos.
Uff… Qu vieja me he sentido… El 44 fue el año de mi primera comunión y aquí hablas como si fuera la prehistoria. .
Los años transcurridos son un buen recorrido vital. Seguramente, tu trayectoria y la de estos niños de la maestra Maravillas haya sido muy diferente. La señora Engracia entró de sirvienta en una casa de la ciudad con trece años: Agustín y los Perreques no fueron mucho más a la escuela porque suponían brazos que debían contribuir al sosténn familiar… Pero, al igual que te pasará a ti, guardan buenos recuerdos de su infancia, aunque las circunstancias -y la época- acortaran su niñez.