«Vida»: Archivo personal
Todavía restan sobre los recios muros anaranjados los carteles del último festival-homenaje al cantor muerto, el que cada año anima este fortificado Gourdon medieval de calles estrechas, alzadas, sinuosas y vacías sobre cuyo empedrado repercuten los pasos. Allí mismo, bajo las bóvedas de la iglesia de Notre Dame des Cordeliers —maravilla gótica del siglo XIII, desafectada desde 1950 y convertida en sala de conciertos— aun parecen resonar las voces que devuelven, cada julio, a Léo Ferré al territorio de Lot, donde vivió cinco intensos años.
A tres kilómetros de Gourdon, en un paraje donde el tiempo permanece detenido entre los avellanos y castaños a cuyos pies crecen las trufas, se halla el rehabilitado castillo de Pech Rigal, transformado en hotel; el mismo castillo que, aun semirruinoso, comprara el cantor a principios de los sesenta, cuando una única ala se alzaba, victoriosa en el tiempo, completa y habitable, mirador privilegiado de un entorno donde a Léo Ferré, su compañera Madeleine Rabereau y la pequeña hija de ésta, Annie, acompañaban Arthur -el toro-, las vacas Charlotte, Fifine y Titine, el cerdo Baba, cabras, ovejas, simios rescatados de dueños maltratadores y, sobre todo, ella, la más querida, Pépée, la adorable y consentida chimpancé adoptada por Léo Ferré en 1960, criada como la hija que siempre soñó tener y cuya trágica muerte desencadenaría entre aquellos dos seres, Léo y Madeleine, que tanto se habían amado durante diecisiete años, el definitivo desencuentro.
Instalóse, pues, la peculiar troupe Ferré-Rabereau en la zona habitable del castillo de Pech Rigal —Perdrigal, lo llamaría el cantor— en 1963, lejos del bullicio ciudadano, entre gentes sencillas y paisajes de cuento. Léo marchaba a cumplir sus compromisos artísticos y regresaba a su acomodo, a Madeleine, a Pépée, a ese castillo del siglo XIV casi devenido en Arca de Noé que él llamaba su hogar. Reposo, composiciones, lecturas, paseos, juegos con su amada chimpancé y largas charlas con Marie-Christine Díaz, la joven hija de refugiados españoles —nacida en 1947 en un pueblo castellano fronterizo con Portugal— que ayudaba con los animales y en las tareas domésticas de Perdrigal.
En Madeleine, la esposa de Léo Ferré, empezaron a hacer mella las ausencias del cantor y el tiempo que éste dedicaba a Pépée y a Marie-Christine. A los reproches siguieron los celos, el resquemor. La muerte de Pépée, el 7 de abril de 1968, cuando Léo Ferré se encontraba ausente, terminó de romper las ya finísimas hebras del amor que había unido a Madeleine y al cantor durante tantos años. «Fue un desgraciado accidente. Pépée cayó de un árbol, quedó malherida y hubo que sacrificarla», justificó Madeleine. «Un crimen. Ha sido un crimen. Ha aprovechado mi ausencia para matarla», clamó Léo. La pareja se deshizo; los animales fueron regalados o abatidos y Pech Rigal, aquel Perdrigal que el trovador Ferré comprara para acoger a su pintoresca fauna, quedó vacío.
Léo Ferré abandonó Perdrigal aquel mismo abril de 1968 para empezar de nuevo junto a Marie-Christine Diaz. Se casaron en 1974, cuando el cantor obtuvo el divorcio de Madeleine Rabereau, y estuvieron juntos hasta la muerte de él, el 14 de julio de 1993.
NOTA
Avec le temps es el título de una canción compuesta por Léo Ferré tras los dolorosos sucesos de Perdrigal que complementa a la desgarradora Pépée escrita en homenaje a su inolvidable chimpancé.
Llevo un rato buscando que yo creo que Léo Ferré puso música a una película de la época, pero lo único que he encontrado es que una canción suya aparece al final de «Los últimos días del mundo».
Fue el autor de la música de algunos documentales. La película de la que hablas quizás sea «Número dos«, una película experimental de Jean-Luc Godard de 1975, que tuvo éxito, sobre todo, en cineclubs.
Es posible que fuera la que dices y que la viera en «El canuto», el Cine Príncipe, uno de esos que llamaban de arte y ensayo, con películas subtituladas y que, como estaba lejos, nos permitía hacer cine forum mientras bajábamos del Realejo. Pero resulta que dando vueltas tras Ferré, me he tropezado con una película francesa que para mí fue objeto de culto hace años y que ni me acordaba como se llamaba. Se trata de Itinéraire d’un enfant gâté que aquí llamaron absurdamente El imperio del león. Y he vuelto a oír la música de Francis Lai, que no tiene nada que ver con la de Ferré, por supuesto, pero así son las cosas en Internet…
Las (pésimas) traducciones de los títulos de algunas películas darían para varias tesinas. La que comentas con música de Francis Lai no la he visto, pero el criterio para intitularla en castellano se me escapa, a no ser que en el argumento y las imágenes se sobreentienda esa traducción.
Tiene algún sentido, porque el protagonista se llama León y monta un imperio económico. Me parece recordar, pues hace muchos años que no la he visto.Está en Internet, así que te la aconsejo, pues es una película un tanto especial, de las que duran dos días en un cine.
La buscaré, pues.
No conocía tan detallada la historia que dio lugar a esas dos canciones ni la razón real de que terminara instalándose en la Toscana. Con lo que era Ferré y por muy touché que le hubiera dejado la experiencia, no me extraña que remontara desde cero para seguir dando lo mejor de sí mismo.
Genio y figura.
Salud y anarquía malgré lo que sea.
Era ducho en resurgir sin cambiar su manera de sentir y pensar. Años después de la muerte de Ferré, Annie, la hija de Madeleine, escribió un libro que se puede catalogar como injurioso -acusaba a Léo de haberle tirado los tejos y de hacer pasar como propias canciones que había compuesto..ella, que tenía trece o catorce años cuando su madre y Ferré se separaron-, muy celebrado por los enemigos del cantante -que los tenía y eran bastantes- y ante el que la familia Ferré-Díaz actuó como lo habría hecho el aludido, con la indiferencia.
Así que todo ese despliegue de adjetivos de dolor era por una mona,
(No conocía nada de este hombre, así somos los anarquistas de indiferentes los unos con los otros, no tengo perdón.)
pero ahora gracias a usted ya se algo
Un saludo.
Por una mona. Ni más ni menos. Aunque quienes comparten vida familiar con animales saben el entrelazado de sentimientos que unen a una persona con un ser no humano con el que se convive.
Y, bueno, conocer a Ferré no es imprescindible. Sólo es un eslabón más de una cadena que la sociedad «de bien» siempre ha considerado corrosiva.
Salud.
Observo que voy totalmente retrasado. Aunque había ojeado tu articulo, no había comentado nada esperando seguir buscando más información para estar enterado de que iba la cosa. Como verás por mucho que quiera aprender sigo teniendo enormes lagunas que ya no conseguiré rellenar con algo de inteligencia.
Emilio, tendré que repetirte lo que le decía Tola a Carmen Maura, pero a la inversa: «Nene, tú vales mucho«. Ya quisiera/quisiéramos personas más jóvenes que tú tener esa capacidad de asimilación y esa paciencia cuasi detectivesca para seguir pistas prácticamente indelebles. Además, que en ningún caso pretendo poner a prueba los conocimientos de nadie sino, exclusivamente, compartir.
Un abrazo.
[…] altro sempre in francese incentrato sul castello in Bretagna in cui ha vissuto per alcuni anni, uno in spagnolo e infine uno in italiano che prende spunto dalla vicenda per riflettere sul rapporto fra esseri […]