“Sombras en la pared”: Archivo personal
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Los recuerdos que atesora del padre muerto lo conforman los artículos, cartas y libros que el celebrado autor dejó como legado —humilde y vago legado en aquel 1950, año de su muerte— en manos de su editor, en tanto la tuberculosis sitiaba sus últimas semanas de vida; lejos del hijo, de aquel hijo tan ansiado por Eileen, su esposa, y él mismo; aquel a quien, angustiados ante la imposibilidad de engendrar un hijo biológico, habían adoptado en 1944.
Aquel deseado bebé de cuatro semanas recibió el nombre de Richard. Richard Horatio Blair, hijo de Eileen Maud Blair, née O’Shaughnessy, y Eric Arthur Blair, conocido como George Orwell.
Cuando Richard apenas tenía un año, falleció Eileen a consecuencia de las complicaciones derivadas de una operación de histerectomía. Orwell, cuya salud ya era precaria, pasó a ocuparse de su hijo —ayudado por unos parientes— instalándose ambos en una granja de la isla de Jura, en Escocia, donde los recuerdos del Richard adulto le retrotraen a una infancia que él describe como “libre y maravillosa”, en contacto con la naturaleza y en compañía de un padre con el que compartía excursiones y cuya metodología pedagógica era la del aprendizaje a partir de los errores.
En 1949, tres meses antes de morir, Orwell contrajo matrimonio con Sonia Brownell, que se ocuparía del pequeño Richard y del legado de Orwell a la muerte del escritor. Pese al auge de la literatura orwelliana, ni Sonia Blair ni Richard, el hijo del escritor, gozarían de una economía saneada en los siguientes años. A la muerte de Sonia, en 1980, Richard se hizo cargo de todo lo concerniente a su padre, contando, posteriormente, con el apoyo de la Orwell Society, organización creada para promover el conocimiento del pensamiento y la obra del escritor.
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Los orwellianos que se acercan a las históricas y vergonzosamente descuidadas trincheras del Saso de Loporzano y Tierz, tan cerca —ay, tan cerca, tan cerca— de aquella Huesca que las milicias republicanas del POUM soñaban con arrebatar, a sangre, fuego y muerte, de las zarpas de los involucionistas, no dejan de recordar aquella sugestiva ilusión, reflejada por Orwell en Homenaje a Cataluña, que impulsaba a aquellos hombres sucios, heridos, maltrechos:
«A cuatro kilómetros de nuestras nuevas trincheras, Huesca brillaba, pequeña y clara, como una ciudad de casa de muñecas. Meses atrás, cuando se tomó Siétamo, el general que mandaba las tropas del gobierno dijo alegremente:
—Mañana tomaremos café en Huesca
No tardó en demostrarse que se equivocaba. Había habido sangrientos ataques, pero la ciudad no caía, y “mañana tomaremos café en Huesca” se había convertido en una broma habitual en todo el ejército. Si alguna vez vuelvo a España, no dejaré de tomar una taza de café en Huesca.»
Orwell dejó España en 1937, con la ciudad de Huesca cerrada a sus anhelos. Setenta y ocho años después, el 17 de mayo de 2015, Richard Horatio Blair, su hijo, ingeniero jubilado con residencia en el condado de Warwickshire, entró en la ciudad abierta, pequeña, luminosa y, tal vez con el primer sorbo de café, volvió a ver a su padre, al padre siempre joven de su niñez en la granja de Escocia, y gritó su pensamiento: “Va por ti, papá. ¡Salud!”.
ANEXO
Vivencias oscenses de Orwell durante la Guerra Civil, de Carmen Nueno Carrera.
No heredó bienes de su padre, pero sí sus sueños. Y ha podido cumplirlos.
El más sentido homenaje a la memoria de su progenitor, sin duda.
Mucho considerarlas ‘bienes culturales’ y están de pena las trincheras: hechas cisco las señalizaciones, hierbas y más hierbas… DE PENA.
Para rematar la faena han tenido la santa desvergüenza de llenar los agujeros y aplanar el firme del suelo tras marcharse Blair y la Orwell Society sin poder visitar las fortificaciones porque no había dios que metiera el coche por esa barranquera.
Mira tú si podían haberlo hecho antes. Así va todo.
Hala, salud.
No sabía que habían arreglado el camino… tras la imposible visita. La falta de previsión no ha sido, desde luego, por desconocer la fecha de llegada y el anunciado recorrido por la Ruta Orwell de los ilustres turistas.
De vergüenza.
Una corta y agitada vida la de Orwell. Y poco se sabe de la de su hijo Richard.
Agitadísima vida, sí, y muy provechosa literariamente hablando pese a su mala salud. Su hijo, en cambio, creció bien protegido de la opinión pública, amparado por un apellido, Blair, que pocos relacionaban con Orwell.
Sigue siendo una persona discreta que sólo pretende mantener viva la memoria del padre, a quien redescubrió leyendo sus obras porque sólo tenía cinco o seis años cuando Orwell murió.
George Orwell, ¡No!, por favor,
No, no me cite a Orwell, ¡no!!, NOOO, a ese No,
por favor, no me lleve allí,
NOOOOO,
a George Orwell No, nOOOooooooooooooo…
No sea Cruella de Vi 😉 y le daré un abrazo
Vaya… ¿y, exactamente, qué te molesta de Orwell: sus obras o las apreciaciones interesadas que se han hecho de las mismas?
(…y acepto el abrazo. Por supuesto.)
solo la terrible, y archifamosa, habitación 101 donde Cruella de Vil logra despellejar a mis queridos 101 Dálmatas,
solo eso, ¿te parece poco?
snifff.
puedo dormir en la habitación 13, en la 31 en un ataúd, pero en la 101, NO.
Ahí, no hay desde entonces, quien en entre,
No por favor, ahí no.
Nada, nada… Si es preciso se echa abajo el Ministerio del Amor. Todo sea por los dálmatas.
La verdad es que me he quedado con poco que decir y muchas ganas de pensar en lo que he leído… Las cosas del tiempo, ese café después de tantos años en Huesca que es, como usted bien apunta, el mejor y más sentido homenaje que un hijo puede hacer a su padre. Hay algo en toda esta historia que me conmueve profundamente no se lo qué ni por qué…
Afortunadamente, el comentario de nuestra anarkasis me ha hecho bajar los pies a la tierra y reirme un rato.
Salud!
La historia de Richard Blair es, sobre todo, de búsqueda de un padre y una madre a los que perdió sin llegar a conocerlos demasiado; quizás eso deja un rastro melancólico en ese itinerario vital que parte de la voz impresa del padre y que él sigue porque son los únicos vestigios que le quedan para componer la figura paterna.
Y, estoy, de acuerdo, menos mal que Anarkasis tiene la habilidad de reincorporarnos al presente.
Salud(os).