«Nevada»: Archivo personal
…el hombre, grande y viejo, se acerca, despacio, hasta las dos Tejedoras[*] que cubren el turno de biblioteca a primera hora de la tarde del domingo. “Me voy a llevar éste”, dice mostrando un ejemplar de Siempre quedará París, de Ramón Acín Fanlo. “Le gustará, tío Inazio. Además, usted conoció a uno de los protagonistas… Villacampa, el maqui”. “Sí, sí. Villacampa… A ver si la vista me deja llegar hasta el final…” “No se preocupe, tío Inazio. Si se cansa avísenos y mandaremos a alguien para que se lo lea”.
Desde el pretil sobre el río, en la placeta de la Abadía, se divisa, a través de los delicados visillos de copos, la suave pendiente que desciende entre la pardina Gabarre, donde el esconjuradero, y el prado de La Palanga, improvisada pista de esquí de inviernos infantiles. En esa ladera, el tío Inazio, el ogro bueno, enseñó a esquiar a dos generaciones de chiquillos que, desprovistos de bastones y siempre vigilados por el voluntarioso monitor, recorrían la larga pendiente con las tablas en cuña, en controlada frenada que solía acabar sin contratiempos en el vasto terreno de pastos cubierto de nieve.
Al final de La Palanga, delimitando el terreno que separa un término municipal del otro, se halla el bosquecillo comunal donde se esparcieron las cenizas del señor Anselmo, enlace y ojos de los guerrilleros de la partida de Joaquín Arasanz Raso, Villacampa, que anduvo escondido con sus compañeros maquis por la Sierra de Guara hasta ser apresado por la Guardia Civil en Huerta de Vero, el 23 de enero de 1947, tras una batida de la que Villacampa fue el único guerrillero superviviente. Joaquín Arasanz, a quien le fue conmutada la pena de muerte, jamás delató a ninguna de las personas que prestaron asistencia a su grupo de combatientes. Ya en democracia, fue concejal por el Partido Comunista en el Ayuntamiento de Barbastro. Murió en 1995.
NOTA
[*] Nombre que reciben, en el Barrio, las componentes de la Asociación de Mujeres.
Algún día, cuando consiga encontrar una información no tergiversada a favor o en contra, contaré la historia de los Quero, los últimos maquis de Granada, y de como oí los tiros que los mataron y vi sus huellas durante muchos años en la casa donde murieron.
…pero ya sabes que eso depende siempre del intérprete de la partitura.
Cuando conviven diferentes inventarios de un mismo suceso es complicado discernir entre realidad, florituras y falsedades. Las personas, salvo excepciones contadas, no son heroínas o villanas sino seres que, como todos, ejercieron de trapecistas, con o sin red, en la aventura de la vida.
Por no fiarme, ni me fío de mis recuerdos, pues era muy niña y estábamos en una dictadura.
Los recuerdos dejan sensaciones que perviven; con el tiempo esas sensaciones se interpretan… Si ya lo decía Valle-Inclán, que las cosas «no son como las vemos sino como las recordamos«. Pero a ver quién desdice esas vivencias infantiles que siguen en la memoria, aunque el cerebro, ya adulto, las revise con el conocimiento acumulado en ese tiempo transcurrido.
No es solo que con el tiempo se reinterpreten los recuerdos, sino que lo que yo conocí entonces podría estar manipulado por el pensamiento único de la dictadura. De los Quero circulaban entonces horrores y ahora hay libros que los santifica.¿Cual es la verdad?
Lógicamente, para el horizonte hispano de aquella época los Quero eran unos facinerosos con cuernos, rabo y tridente diabólico, que ya sabemos cómo se las gastaban los mandamases de la Una, Grande y Libre.
Esto me ha recordado, unas historias que me fueron contando sobre los contrabandistas en el valle de Bujaruelo, incluso sigue existiendo una pequeña fortificación casi totalmente derruida donde hacían guardia los carabineros esperando coger a alguno de ellos, al fin ya al cabo en aquella época intercambiaban con los franceses, cualquier cosa que interesara a unos u otros. Ejercer el contrabando fue siempre una aventura en la que el «paquetero» se jugaba la vida para subsistir en patéticas condiciones por caminos infernales, aunque pese a los carabineros era el rey de las montañas.
Contrabandistas, pasadores de mugas, maquissards… Las montañas han sido testigos de tantas historias humanas, de tantas acciones casi increíbles y tantas tragedias…
Por la mancha no hubo maquis, pero en los pueblos se sabían de las andanzas también, se contaban de tu a tu en las calles, por los viajantes, los chamarileros, los restañadores, los afiladores, los muleros de la miel… y quedaron en el recuerdo popular,
por los 60 y 70 se contaban a la muchachería, de una manera públicamente y de otra en privado, (mucho mejor que las novelas… ni comparación), sentado en el regazo de tu madre, al lado de lumbre, en un día de frio como los de hoy casi ná..
Un saludo
Un gusto, con sus dosis de miedo, escuchar esos relatos que parecían suceder allí mismo, ante los ojos de los oyentes. Y lástima que esas crónicas orales, incluso con los añadidos imposibles, hayan ido perdiéndose en beneficio del plasma extragrande instalado frente al sofá.
Salud.
A mi abuelo materno le gustaba explayarse en las historias de maquis que se contaban en Murillo después de la guerra. Cómo me he arrepentido de no haber estado más atenta a los nombres que mencionaba, pero no recuerdo apenas nada excepto datos sueltos que podían referirse al Villacampa que tú dices o a otros.
Buen fin de semana, Una Mirada.
Seguramente te contaría alguna de las historias relativas a Ambrosio Pargadas, conocido como «el manco de Riglos», un anarquista solitario e indomable que se escondió en las sierras de Gratal y Guara.
Buen «finde» también para ti.
Cuanto deja usted para opinar, y encima en su lectura me desvío hasta los Destellos de la Memoria y otras reservas que guarda usted en su bodega de escritos…
Lo de la memoria de quienes se han echado al monte, da para más de un libro. Yo recuerdo escuchar de pequeño, al amor de las ultimas lumbres vivas, las historias de mi tatarabuelo durante la última carlistada, transmitidas de padre a hijo durante ya unas cuantas generaciones. Mi abuelo protestaba, y contaba a su vez lo que le tocó en la del 36, y aún había tiempo para hablar de quienes seguían echados al monte…
Mi pésima memoria de lectura no me deja recordar exactamente cómo les llamaba, pero en la novela «Soldados de Salamina» se hablaba de aquellos que parecían ser los eternos exiliados en la clandestinidad, los que se ocultan en los bosques, y hay una tendencia a llenar de leyenda a todos ellos que incluso resulta que lo que más nos cuesta de creer de ellos es que al finalizar el motivo de su separación de la sociedad, participaran de ella y murieran como un ciudadano más, en su cama, un día cualquiera del calendario.
Salud!
Y qué cercanas todas esas historias en las voces de quienes las coprotagonizaron o las conocieron sin apenas intermediación, enclavadas en paisajes reconocibles.
He tenido el privilegio de compartir reivindicaciones callejeras con dos «jovencísimos» nonagenarios, antiguos guerilleros. Uno comunista, Mariano, fallecido hace año y medio; otro, anarquista, Martín, que lleva ochenta años luchando por un mundo más justo. Ambos respetados y queridos, ejemplos vivos, junto con tantos, de la constancia y la coherencia, con sus historias personales cinceladas en las crónicas de la historia reciente. Dos personas que se echaron al monte en su mocedad y que, ya viejos, volvieron a echarse a la calle.
Salud.
Has leído «La memoria reprimida. Historias orales del maquis»? Se publicó hace mucho tiempo pero está en la línea de lo q cuentas.
No, no lo he leído. Pero quizás lo busque.
Gracias.