«Atardecer aéreo»: Archivo personal
En el momento del descenso regresó la rudeza sónica del motor rompiendo la voluntaria ensoñación del paseante aéreo. Se dispersaron, atónitos, los estorninos pintos hacia el carrizal mientras el parapentista novato, consciente al fin del rugido que se elevaba del artilugio adosado a su espalda, fijaba los ojos en los brazos del monitor que, empinado en el exiguo cuadrante de terreno pelado de maleza, le indicaba, con gestos, la maniobra de aterrizaje.
Cuando sus talones se aposentaron en la firmeza terrestre y el profesor de vuelo le tomó firmemente los brazos para mantener su cuerpo en posición vertical, se abstrajo de las voces de los amigos que se acercaban y retornó a las caprichosas cimas encantadas de los recónditos Mallos de Agüero, a las retozonas aguas del Gállego marchando hacia el llano infectadas de lindano, a las copas prietas de los árboles lustrosos silueteando el familiar relieve casi humano de la sierra y a la despedida cromática del Sol trazando en su cuerpo, artificialmente elevado, un grafiti de ondas violetas, granates y anaranjadas.
Jodo, todo quisque buscando soluciones para deshacerse de los tordos y tenían una sobre sus cabezas… ¡Marchando varios paramotores ruidosos! 😀 😀
Para lo del lindano que se ponga las pilas los de la CHE en vez de agujerear la Galliguera para construir otro pantano.
Salud.
Los tordicos ya están hechos a todo; no les afecta ni el lindano que, según la CHE, tiene toda la traza de proceder del barranco desde donde el Gobierno de Aragón trasladaba los residuos. Ya sabes… el «tú por tú» habitual entre organismos cuando se trata de eludir responsabilidades.
Yo creí que el parapente no tenía motor, que se planea en silencio, oyendo solo el rozar del viento.
Y así es en el parapente tradicional. Pero hay, también, otra modalidad conocida como paramotor que sí lo lleva y, lógicamente, produce sus decibelios de ruido pese a llevar un silenciador.
Volando voy, volando vengo… Hace bastantes años, un compañero mio, navegante de cielos con paramotor y de ríos con piragua, lo vi en varias ocasiones en Broto, allí me contó parte de sus andanzas, entre ellas que la primera vez que se acercó a una gasolinera con semejante ingenio se hacían cruces por ver como despegaba una vez que había repostado.
En Broto «contrataba» los servicios de un natural del pueblo para que desde una loma siguiera las evoluciones que hacía por los aires, no fuera a ser que se estozolara sin llevar acompañante, que lo pudiera vigilar.
En la actualidad se ve sobrevolar de vez en cuando a alguno.
Un paseante muy completo tu compañero: agua, tierra, aire… Y, desde luego, pese a las reticencias que se plantearan en la gasolinera, ascender con paramotor es poco complicado; más peliagudo resulta con un parapente.