“Water fountains show in Salou”: Hanan Cohen
A Salou se la conoce en Huesca —con esa retranca que tanto desquicia a Agnès Hummel, la amiga de la señorita Valvanera— como Playa del Coño. «¡Coño, Fulanita, tú por aquí…!» o «Coño, Menganito, ¿estás en algún hotel o has alquilado apartamento?», son las habituales salutaciones entre los veraneantes oscenses que terminan juntándose, toalla adosada a toalla, o en las heladerías y bares de la zona de Carles Buigas, a última hora de la tarde, o torciendo el gesto ante los productos cárnicos u hortícolas de cualquier supermercado.
—Qué mala pinta tiene esa carne. Está descolorida y huele como si la hubieran sumergido en agua jabonosa.
—Y eso de ahí, ¿son cerezas o tomates? ¡Vaya género!
[…]
La señorita Valvanera y Agnès Hummel —a quienes gusta poner una pica en la Costa Dorada antes de iniciar su periplo de estío por Europa— suelen alquilar un apartamento en primera línea de playa en uno de esos complejos con ínfulas donde un conserje uniformado —y con tan mala leche como acento de país del Este— controla e intercepta a las visitas como si en el edificio se estuviera celebrando la reunión veraniega del Club Bilderberg.
—Las señoras del 32B no están,— anuncia.
—Ya lo sabemos. Nos han dejado la llave del apartamento para que subamos la compra.
—No pueden subir. Ustedes no son usuarios. Tienen que hablar con la encargada para acceder al apartamento.
—Oiga, que tenemos la llave. Que sólo vamos a dejar estas bolsas de comida.
—No pueden subir.
—Oiga, mire, voy a telefonear a las señoras y ellas le dirán que tenemos permiso para subir al apartamento a…
—No puedo dejarles subir. Hay que pagar un suplemento por cada persona de más que se instala en el apartamento.
—¿Pero cómo vamos a pagar un suplemento por dejar la compra?
La encargada, una mujer de poco más de treinta años, altísima, rubicunda y lechosa, da su venia —tras cerca de diez minutos de toma y daca y una charla telefónica con Agnès Hummel— para que, en compañía de otro empleado, accedan a las plantas superiores, no sin advertirles por dos o tres veces que, si pernoctan en el apartamento, deberán pagar, por adelantado, doscientos cinco euros por cada noche de estancia más cincuenta céntimos de euro por persona en concepto de impuesto municipal, amén de una fianza de ciento setenta euros reembolsable una vez desalojen el apartamento. “Por si se produjeran desperfectos”, añade. “Son las normas”.
[…]
En el restaurante de María Dolores, una mancharrealeña simpatiquísima que lleva más de cuarenta años en Salou sin haber perdido el deje andaluz, los camareros hacen equilibrios con las exquisitas raciones de paella de marisco que son el reclamo y marca de la casa. El grato aroma hace olvidar, incluso, el ambiente abrasador del local donde un par de ventiladores colgados del techo se esfuerzan en remover el aire denso, húmedo y salinizado.
Jajajajajajaja 😀 😀 playa del.coño… Qué brutos sois los altoaragonedses… Jajajajaja. Eso q cuentas de los apartamentos nos pasó algo parecido en Peñíscola pero sin conserje, q no había. Lo alquilamos entre cuatro y luego llegaron dos más. Cuando la encargada del piso se enteró nos montó una buena y acabó quedandose con la fianza pq nos negamos a pagar la barbaridad q pedía por las dos personas q se habían acoplado y q solo pasaron una noche.
Siempre salen con algún truco para exprimir a los clientes. Hasta por las sábanas tuvimos q pagar.
Desde entonces prefiero irme a un camping q sé de qué va la vaina.
Salu2.
En este caso, más que brutos, con buena memoria auditiva… 😉
Los apartamentos sin sábanas ni toallas no son una novedad; pagar un suplemento por esos elementos, tampoco. El problema es que no siempre especifican que la ropa de cama no está incluida en el precio.
En Zaragoza uno de los puentes se le llamaba de esa curiosa manera, pero especialmente por su forma, aunque en realidad ahora son pocas las personas que lo conocen o han oído hablar de esa guisa. Es el puente de Nª Sra. del Pilar, más conocido como puente de Hierro y en algún tiempo…
Así, a vista de pájaro, tiene una forma peculiar, sí. Sandungueros que sois en Zaragoza.
Nuestra costa no es tan elegante y somos menos exigentes en los apartamentos, de tal forma que algunas veces parecen de goma, ya que se alquilan a una familia de cuatro personas y terminan metiéndose catorce, con la única limitación del pase a la piscina.
Imagino que dependerá de la zona y las prestaciones.
No niego que, en determinados casos, haya cierta picaresca entre quienes alquilan, pero también es cierto que, en algunos complejos vacacionales, la suspicacia de los caseros lleva a situaciones surrealistas como la descrita.
Al fin y al cabo es como lo del huevo y la gallina. ¿Son los caseros suspicaces por naturaleza, o los han hecho así los clientes a base de picaresca? El bueno de Rousseau diría que lo segundo, pero yo no lo tengo tan claro, que de caseros desconfiados y pícaros ellos mismos, está llena nuestra tradición literaria…
Sólo hay que mirar las prestaciones que, virtualmente o sobre el papel, ofertan los espabilados caseros, los precios solicitados y la crudísima realidad que, en ocasiones, parece una traslación al siglo XXI de ciertos escenarioss quevedescos.
Pero seguro que Salou no tiene una guerra de las sombrillas .
Al final, los Ayuntamientos terminarán alquilando el cachito arenoso que ocupa cada toalla. En Salou, seguro. Ignoro si se habrá llegado a lo que comentas en tu post, pero no resultaría sorprendente.