“The Dreaminess”: Archivo personal
«Las injusticias espantosas de que los gitanos han sido víctimas durante siglos y cuyo resultado fue privar a mi generación y a las precedentes de todos los derechos cívicos, habrían podido continuar en nuestro país si Katarina Taikon no hubiera emprendido, hacia 1960, la lucha contra los prejuicios y el racismo bajo todas sus formas, mediante sus libros de carácter social, sus incontables artículos publicados en la prensa y sus gestiones ante miembros del gobierno, del Parlamento y de los partidos políticos.»– Rosa Taikon, 87 años, reputada orfebre sueca de etnia gitana, Premio Olof Palme 2013 por su defensa de los derechos humanos.
Los Taikon procedían de Rusia, donde el abuelo, músico itinerante, ejercía el oficio de platero que también enseñó a su hijo mayor, Johan. Al declararse la guerra ruso-japonesa en 1905, el clan Taikon emigró a Suecia, instalándose en un campamento temporal —las leyes suecas sólo permitían la acampada de gitanos en un mismo lugar durante tres semanas, pasado ese tiempo, eran obligados a trasladarse a otra ubicación—. Johan Taikon, que se ganaba la vida tocando el violín, conoció, en 1923, en un restaurante de Göteborg, a la camarera gadjé[1] Agda Karlsson. Enamorados ambos, Agda se trasladó al campamento romaní y se integró en el grupo. La felicidad de la pareja apenas duró 9 años. Unos meses después del nacimiento de la cuarta de sus hijos —Katarina, nacida el 29 de julio de 1932— Agda Karlsson falleció de tuberculosis. Rosa, la segunda hija de Johan y Agda, y seis años mayor que la pequeña Katarina, asumió las tareas de la madre fallecida, cuidando y protegiendo a sus hermanos hasta que Johan Taikon volvió a matrimoniar con una mujer gadjé cuyo comportamiento con sus hijastros difería poco del que, tradicionalmente, se describe en los cuentos infantiles.
Cuando sus hijas tuvieron edad suficiente, Johan Taikon, hizo algo que no contemplaba la rígida sociedad sueca que habitaba lejos de los infectos terrenos donde se obligaba a vivir a los gitanos: Pretendió escolarizar a sus hijas. No llegó a un año la aventura escolar. Los insultos y los golpes que recibían las hermanas Taikon de sus compañeras ante la indiferencia de las profesoras las obligó a abandonar el aprendizaje soñado.
A los catorce años, presionada por su entorno, Katarina contrajo matrimonio con un muchacho veinteañero cuyos malos tratos la obligaron a abortar y, en última instancia, a regresar con su familia. De nuevo juntas, Rosa y Katarina Taikon se replantearon sus vidas. Querían trabajar, estudiar, vivir en un piso —derechos estos, el de educación y el de acceso de los gitanos a una vivienda, que las leyes suecas sólo recogerían, restrictivamente, en 1959; hasta 1956 se mantuvieron las deportaciones de gitanos a campamentos especiales y entre 1934 y 1974 estuvo en vigor una ley que contemplaba la esterilización de hombres y mujeres de etnia gitana si así lo decidían las autoridades— y relacionarse de igual a igual con las personas no gitanas. Decididas, abandonaron el campamento y se mezclaron, como dos suecas más, en la populosa ciudad de Estocolmo.
A finales de 1940 Katarina y Rosa Taikon intervinieron en algunas películas suecas y obtuvieron, por fin, el acceso a una vivienda. En 1958, con 26 y 32 años, pudieron reanudar sus estudios lo que, en su caso, implicaba, aprender a leer y escribir correctamente. Era el primer paso hacia la meta que ambas ya se habían trazado: Hacer extensibles todos los derechos al conjunto de la ciudadanía, independientemente de su etnia o creencias.
A finales de la década de los cincuenta, conoció Katarina a su segundo marido, el fotógrafo Björn Langhammer, que se convertirá en el documentalista de su lucha en la siguiente década. Un hecho luctuoso e incomprensible dará más fuerza al empeño de las hermanas Taikon: El asesinato, por motivos étnicos, de Paul Taikon, de 38 años, el hermano mayor, acaecido en 1962. Rosa decidirá, entonces, proseguir con la tradición familiar de trabajar la plata; Katarina publicará su primer libro para mostrar a la sociedad sueca la miserable vida de sus compatriotas gitanos. Conferencias, artículos, libros, documentales, intervenciones en radio y televisión y manifestaciones cada vez más numerosas por las calles del país serán las plataformas desde las que denunciar las condiciones de vida de los romaníes. Katarina empieza a ser una activista conocida. Y molesta. Su pequeña hija Angelica sufrirá en el colegio las consecuencias —agresiones verbales y físicas— de las denuncias públicas de su madre.
En 1964, Katarina Taikon consigue mantener una reunión pública con Martin Luther King —desplazado a Suecia para recoger el Premio Nobel de la Paz—, que las autoridades suecas no consiguieron ocultar pese a la complicidad de los grandes medios escritos.
En 1969 —y hasta 1981— convencida de que la educación en la solidaridad y el respeto por las diferencias ha de empezar en la infancia, Katarina Taikon inicia la publicación de las exitosas novelas semiautobiográficas que bajo el título genérico de Katitzi, narran, en trece libros, la vida de una niña gitana que lucha por mantenerse en una sociedad sueca que sueña convertir en igualitaria y acogedora y donde, con un lenguaje sin artificios, recrea sus propias vivencias en los diferentes campamentos gitanos de su infancia. Katarina quería, además, terminar con esa visión romántica y falsa dada por los escritores suecos sobre los gitanos y que, según sus propias palabras, “tanto deforman la realidad de quienes, durante siglos, se han visto afectados por leyes injustas y discriminatorias”.
El exceso de trabajo y los continuos viajes terminaron por deteriorar la salud de Katarina Taikon. En 1982, exhausta, sufrió un accidente cardiovascular que la mantuvo en coma irreversible durante trece años. Falleció el 30 de diciembre de 1995.
En el año 2000 las leyes suecas reconocieron a los gitanos como minoría étnica y el rromanés como lengua propia del Pueblo Gitano, reconocimiento por el que tanto lucharon las hermanas Taikon, que consideraban que los gitanos podían conservar su propia cultura y sus tradiciones, el idioma, la música y el folklore sin dejar de ser parte de la sociedad sueca.
NOTAS
Lawen Mohtadi, escritora sueca de origen kurdo, publicó en el año 2012 una completa biografía de Katarina Taikon bajo el título Den dag jag blir fri, “El día que fui libre”.
[1] Dícese, en rromanés, de la persona que no pertenece a la etnia gitana.
Sobra decir que no conocía la historia de estas mujeres, pero ciertos datos que das me han hecho recordar que, en 1889, Don Andrés Manjón, profesor de la Facultad de Derecho y más conocido en Granada como Padre Manjón, funda en el Sacromonte la primera Escuela del Ave María para educar a los niños gitanos, que allí, en sus cuevas del Monte, no tenían acceso a las escuelas de la ciudad. Solo fueron 14 esos primeros niños de la escuela llamada Casa Madre, pero algunos de ellos terminaron siendo maestros también. Y estamos hablando del siglo XIX, en una pequeña ciudad del sur de Europa, con una población de 73.000 habitantes por entonces. Así que menos complejos de inferioridad ante la culta y avanzada Europa.
Ningún país europeo puede enorgullecerse del trato dado a las minorías. Quizás resulta chocante el comportamiento (pésimo) de las sociedades escandinavas que, desde la Europa del sur, siempre se han visto más avanzadas. Pero, ya ves, los tics xenófobos son los mismos. La Causa General contra los gitanos iniciada por Fernando VI en España tiene su correspondencia con las actuaciones que se llevaron a cabo en el resto del territorio europeo. Y, para nuestra vergüenza, suman y siguen, pese a iniciativas privadas como la del Padre Manjón y otras personas.
Esta primera escuela y las que le siguieron se sostuvieron con donativos de particulares y no eran donativos grandes de personas importantes o instituciones, sino campañas que hacía el Padre Manjón y su sucesor Manjón Lastra para recoger donativos pequeños de los vecinos de Granada. Es decir, que aquí hemos tenido siempre la conciencia de que la integración digna del pueblo gitano pasaba por la educación y en esa lucha han estado numerosas personas a lo largo del tiempo, habiendo conseguido que en este momento ya no hay gitanos granadinos mendigando en las calles como los había antiguamente. Los ha azotado la crisis como a todos, pero su forma de vida ya es otra. Sin embargo y por desgracia, los han sustituido las gitanas rumanas, que son otra historia distinta.
La historia de los gitanos de Rumanía es tan tremenda, tan tremenda que faltan palabras para narrarla. Y la de los gitanos búlgaros. Y la de los húngaros.
Es una historia que impresiona, y terrible en algunos momentos. Dos mujeres luchadoras las hermanas Taikon a las que nos has dado a conocer este 8 de marzo.
Te deseo un buen domingo.
Luchadoras por la razón y el sentido común que vivieron penosísimas circunstancias buscando cambiar una realidad injusta.
Feliz domingo y fabulosa semana.
Qué vida tan difícil las de las hermanas, y qué terrible final el de Katarina .
Pero, aunque a un precio muy alto, pudieron conseguir algunos derechos para su pueblo. No todos, no los justos, no los necesarios; pero lograron ser oídas y espero que respetadas.
“Suecia, infierno y paraíso”…
Abrazos
Gracias a su tesón consiguieron hacer visibles a las personas gitanas de Suecia y demostrar que las capacidades de las personas no guardan relación con la etnia.
Queda, todavía, mucho trecho a conquistar, pero el sendero que ellas iniciaron tiene una única dirección.
No conocía la historia de los hermanos Taikon.
En España, al principio los gitanos, romaníes o zíngaros fueron bien acogidos, se les miraba con simpatía y se comerciaba con ellos. Sus habilidades artesanas, su facilidad para entretener y divertir, eran apreciadas. En la época de los Reyes Católicos estas minorías aparecen como gente peligrosa, difícil de domesticar y de controlar, desde entonces los gitanos son reprimidos y separados de nuestra sociedad. En la actualidad, desgraciadamente salvo pequeñas excepciones son o se recluyen en guetos, y normalmente no son bien acogidos en la mayoría de los sitios.
En españa hay, en realidad, muchos más gitanos invisibles como tales -no destacan, no viven en zonas marginales, trabajan y estudian- de lo que parece.
Trece años en coma!!!!!!! Además? No le había dado suficientes patadas la vida????
Ya ves. Además. Hay personas que parecen haber nacdo para batirse en duelo hasta el final, con treguas cortísimas.